Mises refuta a Piketty

En el año 2014 el economista francés Thomas Piketty volvió a encender el debate por la desigualdad económica. Con su libro El Capital en el Siglo XXI, que fue récord de ventas ese año (aunque sus compradores no lo hayan leído demasiado), Piketty saltó a la fama mundial y recorrió varios continentes dando conferencias y entrevistas. Aún hoy, el autor sigue publicando. Su obra más reciente se titula Capital e Ideología, otro tratado que -en su versión en español- se extienden por más de 1200 páginas.

¿Cuál era la tesis central de PIketty? Que la desigualdad estaba en niveles máximos y que el origen de la misma era que el rendimiento sobre el capital crecía más rápido de lo que lo hacía la economía en su conjunto. Piketty resumió esto en una brevísima notación matemática: r>g, donde “r” es el rendimiento del capital y “g” el crecimiento de la economía.

En una charla que dio en Buenos Aires y que presencié, proyectó esta idea con números concretos.

Lo que el cuadro 12.1 muestra es que el crecimiento promedio anual de la riqueza de los “megarricos” crecía entre el 6,4% y el 6,8%, mientras que el crecimiento de la riqueza promedio (per cápita) corría al 2,1%, y el PBI mundial avanzaba al 3,3%.

Esto obviamente demostraba que:

r (6,4-6,8%) > g (3,3%) > gpc (2,1%)

La imagen que transmite este concepto es sencilla: aquellos que tienen gran capital, pueden invertirlo a una tasa que triplica la del adulto promedio. Es decir que la brecha entre los que tienen grandes capitales y el común de los mortales tenderá siempre a incrementarse.

Si en el año 0 el capital de María (que es 50% mayor al de Pablo) crece al 6,8% anual y el de Pablo solo puede crecer al 2,1%, entonces al cabo de 50 años, la diferencia de riqueza será de 1.324%. Es decir, la desigualdad se habrá multiplicado por un factor de 9,5.

A esta conclusión se llega por una sencilla fórmula de cálculo financiero, que dice que el capital final es igual al capital inicial multiplicado por la tasa de interés elevada al número de períodos en los que se reinvierten el capital y los intereses.

Cf=Ci*(1+r)n

Puesta así, la tesis de Piketty parece irrefutable. No solo arribó a sus números con una larga investigación empírica, sino que, desde un punto de vista financiero, la conclusión sobre la desigualdad creciente es inevitable. Si la “r” de María es superior a la “r” de Pablo (que es “g” per cápita, “gpc”), entonces los ricos serán siempre cada vez más ricos y, en términos relativos, el ciudadano promedio será cada vez más pobre.

¿Cómo se determina “r”?

Pero las apariencias engañan. Y eso mismo pasa con la aparente contundencia del postulado del economista francés. Es que hay al menos dos problemas en el planteo. El primero es que el cuadro presentado más arriba comete el error del exceso de agregación. Es decir, toma a los megarricos como un todo homogéneo, ignorando quiénes forman parte de ese grupo en cada momento del tiempo (ver más aquí) y por qué.

El segundo es que la famosa “r”, o tasa de rendimiento sobre el capital, no está dada para nadie en particular. Es decir, no se trata de tener un capital y que, como hay una “r” de los superricos, invertirlo y simplemente esperar los frutos tan preciados. Esta idea, que puede tener una lógica financiera y contable para explicar cómo funciona la “capitalización”, no tiene lógica económica.

Lo paradójico es que quien explicó acabadamente este asunto fue Ludwig von Mises, en su texto Socialismo, 92 años antes de la publicación de El Capital en el Siglo XXI.

En el capítulo 24 de la sección segunda de la tercera parte de su tratado, Mises explica “la formación de las fortunas bajo el régimen de cambio”. La sección está incluida justamente en una parte enteramente dedicada a responder la crítica sobre la concentración de la riqueza en el capitalismo.

Lo primero que hace Mises es rechazar la idea de que el “juego del mercado” es un juego de suma cero, donde unos ganan a costa de otros:

“En una sociedad, la creación constante de nuevas riquezas y de nuevas miserias hiere vivamente la vista, mientras que la disgregación de las viejas fortunas y el acceso lento al bienestar de las capas menos favorecidas escapan fácilmente a una observación superficial. ¿Cómo no habría uno de estar inclinado a sacar esta conclusión apresurada que la teoría socialista resume en la célebre fórmula: el rico más rico, el pobre más pobre?

Son inútiles largas explicaciones para demostrar la fragilidad de esta tesis. Es una afirmación carente de base decir que en la sociedad que se funda en la división del trabajo la riqueza de los unos acarrea la pobreza de los otros”

(En un post aquí ofrecemos números que demuestran lo que Mises enuncia arriba.)

Algo más adelante, Mises responde directamente el planteo pikettiano, al que equipara con una filosofía “del hombre de la calle” (negritas mías):

“Las fortunas invertidas en capital no son, como se lo imagina la filosofía económica del hombre de la calle en su ingenuidad, fuentes inagotables de ingreso. El capital no produce frutos; más aún, no se conserva mediante una especie de fenómeno natural espontáneo. Los bienes concretos de que se compone desaparecen en la producción; dejan lugar a otros bienes, a bienes de consumo cuyo valor debe servir para reconstituir el valor del capital mismo. Pero esto no puede ocurrir así, a no ser que el proceso de la producción se desarrolle favorablemente, a decir, que el rendimiento sea superior a la inversión.”

Lo que Mises está diciendo es que “r” no es un elemento dado para ninguna persona en particular, sino que es un rendimiento que depende de cuán buena o mala haya sido la inversión. Y eso no depende de ser rico o pobre, sino de -digamos- la visión de negocio que tiene el empresario o inversor.

Continúa el austriaco:

“Y este proceso favorable es necesario no solamente para permitir al capital proporcionar una ganancia, sino para permitirle renovarse. Rendimiento y conservación del capital son siempre el producto de una feliz especulación. Si la especulación resulta mal, no solamente desaparece la ganancia, sino que sufre perjuicio la sustancia misma del capital (…) Quienquiera que desee tener una fortuna constituida por capitales debe ganarla de nuevo todos los días. Un patrimonio así no es fuente de ingresos de la que pueda gozarse por largo tiempo en la inercia”

Mises continúa y se refiere precisamente a los análisis estadísticos del tipo que Piketty ofreció en 2014:

“Los estadísticos han calculado el monto que habría alcanzado un centavo invertido a interés compuesto durante la época de Jesucristo. Los resultados a que se ha llegado son de tal modo extraordinarios que puede uno preguntarse cómo es que nunca haya nadie tenido la previsión de asegurar por este medio el porvenir de su casa.”

Yendo a un ejemplo concreto, si se hubiesen invertido USD 1.000 en acciones de Amazon en 1997, hoy ese monto ascendería nada menos que a USD 2,34 millones.

Pero si era tan fácil incrementar la riqueza al 38% anual acumulado, ¿cómo es que tan pocos lo lograron? Por otro lado, ¿fue la riqueza pasada lo que garantizó la riqueza futura, o fue la extraordinaria performance de una empresa que supo servir bien a sus consumidores lo que generó la enorme tasa de rendimiento (“r”) que derivó en fortuna?

Sin duda tener USD 1.000 era un requisito necesario para obtener toda la ganancia que ofrecieron las acciones de Amazon. Pero tampoco deberían quedar dudas de que no es un requisito suficiente.

Mises aborda este tema en la página 379 (año 2017, Unión Editorial):

“Pero si los capitales no se incrementan por sí mismos, si su simple conservación y mayormente su fructificación y su incremento exigen la intervención permanente de especulaciones acertadas, no puede ser ya cosa de una tendencia al aumento continuo de las fortunas. Estas no pueden acrecentarse: hay que acrecentarlas. Para conseguirlo es indispensable la actividad atinada del empresario. El capital no se reproduce, no da frutos, no se aumenta sino en tanto que se hacen sentir los efectos de una buena inversión.”

El punto que hace Mises es crucial. No se trata de que “los ricos” tengan asegurada una tasa de rendimiento para su capital, sino que cualquier persona puede convertirse en rica si logra que “r” sea alta.

Pero eso no depende (al menos no de forma determinante) del punto de partida. Así como una persona puede incrementar su fortuna por invertir bien (“r” elevada), otra puede dilapidarla por invertir mal (“r” baja respecto del promedio o incluso negativa).

¿Cuánto vale una casa?

Para Piketty el capital inicial determina el ingreso de las personas gracias al rendimiento generado “r”. Riqueza presente, entonces, determina ingresos y (por acumulación) riqueza futuros. El problema es que, como explicó Holcombe en un lúcido artículo en línea con Mises:

“… esto es exactamente al revés (…) El capital no tiene algún valor, que luego genera un rendimiento para proporcionar ingresos a los propietarios del capital. Más bien, el capital consiste en activos productivos que generan un rendimiento, y el valor del stock de capital está determinado por el rendimiento que genera, en lugar de, como lo describe Piketty, que el rendimiento esté determinado por su valor.”

Esto puede verse fácilmente con el valor de una casa. Claro, tener una casa puede significar hacerse poseedor de una corriente de ingresos derivada del alquiler, pero el alquiler es un fenómeno de mercado.

Supongamos que la casa cuesta USD 100.000 y se puede obtener, en concepto de alquiler, USD 3.000 por año (3%). ¿Es que los USD 100.000 que vale la casa determinan los ingresos que esa casa genera, como diría Piketty? ¿O es que, dado que la casa puede generar USD 3.000 por año, los potenciales compradores están dispuestos a pagar hasta USD 100.000, para hacerse de esa corriente de ingresos futuros?

¿Qué pasaría con el valor de la casa si, producto de un aumento de la inseguridad en el barrio donde ésta se encuentre, el máximo alquiler posible bajara a USD 1500? Dicho de forma más técnica: ¿cuál es el valor del un activo si el flujo de fondos que promete es de USD 3000 por año, respecto de uno que ofrece solamente la mitad?

Contrariamente a lo que dice Piketty, entonces, no importa realmente cuál sea el valor del capital inicial, sino la capacidad humana para tomar buenas decisiones en cuanto a la tasa de rendimiento que se le puede sacar a un activo cualquiera.

Y en una economía de mercado, este será el elemento principal que explique las desigualdades económicas. Quienes estén “en la cima de la pirámide”, serán aquellos empresarios, emprendedores o inversores que mejor rendimiento puedan obtener de su capital, negocio o inversión. Lo bueno es que del otro lado del mostrador estarán los consumidores, que son los que, en última instancia, determinan dicho rendimiento en base en base a cuán bien se satisfagan sus necesidades.

El mercado, entonces, no es un juego de suma cero y la economía no es una torta fija que haya que distribuir de forma equitativa. Mises refutó a Piketty 92 años antes que éste publicara su manifiesto sobre la desigualdad. Tal vez el francés no hizo tiempo a leerlo.

AIER: Nuevo «rap video», Marx vs Mises

John Papola lo hizo de nuevo. Hace ya cerca de 10 años, Papola produjo una popular serie de "rap videos" capturando un ficticio (pero bastante preciso) debate entre Keynes y Hayek. Ahora, junto al American Institute of Economic Researach (AIER), Papola nos trae un "rap video" donde los contendientes son Mises y Marx.

El debate está contextualizado en torno al debate sobre el socialismo en Estados Unidos. Aquí el video, que parece ya estar ganando popularidad. El video posee subtítulos.

En el video los he visto a Edward Stringhan y Jeffrey Tucker. A quien más (y en que momento del video) encuentran?

Aquí los videos de Hayek vs Keynes.

La página web de "The March of History: Mises vs Marx".

¿Qué proponen los libertarios y por qué habría que escucharlos?

Libertarios en la Argentina ha habido siempre. En su historia habrá que retroceder al menos unas cuantas décadas para ver que en los años 1950 Alberto Benegas Lynch padre fundaba, junto a algunos empresarios, el Centro para la Difusión de la Economía Libre, luego llamado Centro de Estudios para la Libertad. En estos centros se ofrecieron conferencias y publicaciones de libros de variados autores como Ludwig von Mises, Friedrich Hayek, Leonard Read, Henry Hazlitt, Israel Kirzner o Murray Rothbard. Quizás haya algún lector que recuerde las seis conferencias multitudinarias de Mises en la UBA en 1959. Desde ya que la diferencia entre un liberal como Hayek y un libertario como Rothbard, fue siempre motivo de disputas internas entre libertarios, pero hoy no nos vamos a detener en ello. Más bien, los tomaremos como compañeros de camino.

La posta la tomó su hijo Alberto Benegas Lynch (h), hoy Presidente de la Academia Nacional de Ciencias Económicas, quien fundó en 1978 la Escuela Superior de Economía y Administración de Empresas (ESEADE), creando los primeros posgrados en Argentina. En sus cuatro Maestrías en Economía y Ciencias Políticas, Economía y Administración de Empresas, Derecho Empresario y Activos Financieros, los alumnos recibían los fundamentos para defender la libertad individual, la propiedad privada, la economía de mercado y el gobierno limitado, además de los conocimientos específicos de cada programa.

Muchos de estos alumnos a su vez, formaron numerosas fundaciones e institutos pro mercado en distintas provincias, que como efecto cascada formaron a miles de jóvenes en las ideas de la libertad. Estos jóvenes hoy quizás no son docentes o académicos prestigiosos (aunque algunos lo son, como el Dr. Eduardo Stordeur o el Dr. Nicolás Cachanosky), pero lideran y gerencian distintos departamentos de las principales compañías del país.

Martín Krause lo sucedió a Alberto Benegas Lynch (h) como Rector de este Instituto Universitario, donde también pasaron excelentes docentes como Juan Carlos y Roberto Cachanosky, Gabriel Zanotti, Enrique Aguilar, Gustavo Matta y Trejo o Ricardo Manuel Rojas (sin ánimo de ser exhaustivo).

¿Qué proponen los libertarios para esta Argentina? En una Argentina donde ya no podemos pensar la educación, la salud, las jubilaciones y pensiones, el cuidado del medio ambiente o la administración de la moneda y los bancos sin el ente gubernamental como principal regulador, los libertarios proponen un debate necesario. Repensar una Argentina en la que podamos prescindir del Estado. Aspiran a que cada argentino pueda pagar su propia educación y la de sus hijos; que pueda cubrir sus costos sanitarios; que pueda elegir cómo y cuándo jubilarse y que su pensión dependa de los montos y años de aporte. Proponen, en definitiva, libertad y responsabilidad, para terminar con la “estatolatría” donde el Dios Estado es el que ofrece empleo y garantiza seguridad social porque, de hecho, jamás ha garantizado otra cosa que pobreza. Repensar una Argentina donde este flagelo sea gradualmente erradicado a través del mercado, como viene ocurriendo en gran parte del mundo, incluidas China y la India (ver El Gran Escape de Angus Deaton). Donde la libertad de empresa y la iniciativa privada sean el motor del empleo genuino, de la innovación, de la creatividad y de las oportunidades para alcanzar una vida mejor. Donde la igualdad que importa es “ante la ley”.

En una Argentina donde la policía respalda a las mafias, los libertarios piden, siguiendo a James M. Buchanan, desconfiar de la política, lo que en definitiva es fundamento para un gobierno limitado.

¿No es esto una utopía? Una sociedad sin estado es irrealizable en esta Argentina, sin dudas. El libertario desde luego está dialogando en un “plano ideal” que a muchos les parecerá lejano. Está debatiendo para una sociedad futura, donde posiblemente la cultura anti-capitalista sea abandonada por otras creencias pro-mercado. Le preocupa entonces definir cuánto estado haría falta en ese estado ideal, y llega a la conclusión de que no sería necesario ninguno, ni siquiera en justicia o seguridad.

Pero al margen de ese debate puro, también hay un mensaje que puede ser útil para nuestra Argentina y que deberíamos escuchar.

¿Cuál es este mensaje? Que la Argentina presenta un gasto público desbordado que aunque se pudiera financiar cubre necesidades de gente que no necesita la ayuda estatal. El primer paso entonces es desmantelar ese Estado que ayuda al que no lo necesita. Que aquellos que pueden pagar educación o salud para sí y para sus familias, lo hagan. Que aquel que puede tener su propia pensión la tenga. Que aquel que puede pagar servicios públicos que cubran los costos lo haga. Que aquel que puede pagar el precio real del combustible lo pague también. De ese modo reducimos la mochila de impuestos, deuda e inflación que recae sobre las empresas y que evita que sean competitivas en un mundo abierto y globalizado. De ese modo habría empleos y mejores salarios reales para todos.

¿Y qué ocurre con los que no pueden pagar estas cosas? Para la educación y la salud existe la propuesta de vouchers de Milton Friedman. El libertario lo aceptará en la transición, aunque insistirá que ese dinero de los cupones sale del bolsillo del contribuyente y que sólo será temporal.

Para las pensiones se deberá crear un sistema privado de aporte voluntario, que no tiene relación con lo que hubo durante el menemismo, y ni siquiera con el sistema que hoy rige en Chile. El sistema libertario de pensiones no necesita que el gobierno autorice a ciertas empresas a operar, ni que fije comisiones, sino que simplemente se haga a un lado y permita la competencia. El mercado operará bien en su ausencia, como de hecho ocurre con la gran mayoría de bienes y servicios. Desde luego que para cubrir a los actuales pensionados se necesitarán pagar impuestos, pero debemos distinguir entre la solución al problema actual donde el Estado se consumió los ahorros de los actuales jubilados respecto del sistema previsional para el futuro.

Comparar al oficialismo con el mensaje libertario muestra lo moderado del gobierno de Mauricio Macri, que si bien en anuncios y conferencias promueve cierto relativo liberalismo, en la práctica encuentra inacción, quizás por los obstáculos que el libertario muchas veces pasa por alto.

Y aquí viene la pregunta: ¿Propone el libertario desmantelar hoy al Estado por completo? Habrá quien lo proponga, pero no es lo más usual. El libertario entiende que el Estado está sobredimensionado y sabe que corregir esto sólo puede redundar en mayor calidad de vida para todos. Sabe que en el plano político, la prioridad del gobierno es mantener el orden público, y que eso sólo se consigue atendiendo a lo que es políticamente viable en cada momento. Es por eso que la regla general que el gobierno debe seguir es bajar el gasto todo lo posible, mientras pueda mantener el orden público.

Y allí encontramos el gran dilema, ya que cierta mentalidad anti-capitalista impide avanzar en reformas profundas como las que el libertario propone. En este sentido, mientras el libertario busca abrir el debate en un plano teórico, también acepta en la política pública una transición ordenada que no deje a nadie sin sustento. En la búsqueda de ese camino está claro que ambos roles, el académico y el político, se deben retroalimentar.

Publicado originalmente en El Cronista, el miércoles 17 de enero de 2018.

La polémica de Hayek y Mises: Salvando las diferencias – por Odd J. Stalebrink

[The Quarterly Journal of Austrian Economics 7, Nº 1 (Primavera 2004): 27-38]

Hace casi una década, Joseph Salerno, Murray Rothbard y Jeffrey Herberner (a partir de aquí nombrados como SRH) publicaron una serie artículos en Review of Austrian Economics que pretendían establecer una distinción entre las explicaciones respectivas de Ludwig von Mises y Friedrich Hayek al problema de socialismo. En pocas palabras, argumentaban que el argumento del cálculo de Mises había diagnosticado suficientemente el problema socialismo antes de la entrada de Hayek en el debate. También argumentaban que el análisis de Hayek del problema no constituía necesariamente un obstáculo para el funcionamiento del estado socialista.

Los argumentos presentados por SRH para llegar a su distinción generaron una serie de escritos inmediatos, que añadieron una cantidad importante de confusión sobre la materia. Una primera fase de escritos aparecía a principios de la década de 1990 y acababa en 1997 (Rothbard 1991; Yeager 1994, 1996, 1997; Salerno 1994, 1996; Kirzner 1996; Hoppe 1996; Herbener 1991, 1996). Estos escritos aportaron un progreso muy limitado hacia la resolución de diferencias que dieron lugar a la polémica. En esencia, las discusiones nunca llegaron más allá de una mera discusión sobre lo que realmente habían querido decir SRH. Un ejemplo es la pregunta de Leland Yeager a SRH, que se refiere a su distinción propuesta, como parte del artículo final publicado en la primera fase de escritos. Yeager pregunta si los argumentos de SRH para una distinción han sido un intento de tratar los argumentos respectivos de Hayek y Mises como mutuamente exclusivos. Lo hacía retando a Salerno a exponer una situación en la que la explicación de Hayek “no estuviera íntimamente ligada al problema que Mises había diagnosticado” (Yeager 1997). Más recientemente ha aparecido una segunda oleada de artículos tratando el tema, ocupándose de los mismos asuntos que se plantearon en el debate original, aunque a un nivel más detallado (Salerno 1999, 2002; Caldwell 2002). De forma similar a la polémica de la década de 1990, el debate continúa provocando una cuña entre Hayek y Mises, en lugar de buscar territorio común.

Aquí intentamos reducir la confusión que ha generado y continúa generando la polémica ofreciendo una explicación de cómo SRH llegaron a interpretar a Hayek y Mises como pensadores distintos en lugar de complementarios con respecto al socialismo. En concreto, está probado que fue su visión de Hayek como un teórico del equilibrio cercano o “próximo” lo que permitió a SRH indicar una distinción. Esto significa que Hayek concibe la economía como funcionando lo suficientemente cerca de un estado final o estático de equilibrio, en el que los precios presentes (es decir, del pasado inmediato) contienen toda la información necesaria para guiar a los productores a la hora de tomar las decisiones óptimas de asignación de recursos. Esta visión mantiene un futuro que no es muy distinto del presente y en el que la asignación racional de recursos no destaca la indispensabilidad de un proceso dinámico de evaluación empresarial, que opera bajo incertidumbre y que implica la previsión de datos del mercado futuro y la evaluación de los precios futuros de salida sobre la base de previsiones cualitativas y falibles. Por tanto, la interpretación de SRH de Hayek contrasta enormemente con la visión de Mises del problema del socialismo. También se ejemplifica en el trabajo que, aunque hay una fuerte evidencia textual que apoya la interpretación de SRH de la visión del mercado de Hayek, no presta interés a los escritos posteriores de Hayek sobre los asuntos más generales del orden y el progreso social, que destacan el “descubrimiento” y el “aprendizaje”.

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La versión exitosa del neoliberalismo [El Cronista]

Nadie sabe bien qué es el neoliberalismo, pero lo que parece estar claro en la opinión pública argentina es que ha fracasado. Se lo identifica generalmente con el “Consenso de Washington” o con algunos autores de la Escuela Austriaca y la Escuela de Chicago, especialmente Ludwig von Mises, Friedrich Hayek o Milton Friedman. Pero lo cierto es que las ideas que estos autores defendieron tienen poca o nula relación con la política económica de aquellos países que toman como ejemplo, especialmente la Argentina noventista. De hecho, la corrupción, el excesivo gasto público, los recurrentes déficits fiscales, el endeudamiento, la falta de federalismo, el mercantilismo del Mercosur, el atraso cambiario y la falta de un sistema republicano de gobierno con respeto por las instituciones y la división de poderes, no parece ser consistente con la ortodoxia del “liberalismo”.

En lo que sigue, no intentaré volver sobre la disputa comentada, sino señalar que varios países latinoamericanos, a pesar de sufrir el impacto de la Crisis del Tequila de 1995, la crisis asiática de 1997, el default ruso de 1998, la devaluación de Brasil en 1999 y las depresiones norteamericana y argentina de 2001, aun así continuaron por el mismo camino “neoliberal” y los resultados fueron positivos.

Dos caminos alternativos

Tras la década perdida de 1980, los países de Latinoamérica emprendieron un camino de cierta apertura económica y privatización de sus empresas públicas deficitarias. El Estado había resultado ineficaz en gestionar los servicios públicos como la luz, el agua, el gas o las telecomunicaciones, y en algunos países la monetización del déficit fiscal que precisamente provocaban esas empresas en manos estatales terminó con una acelerada inflación.

Las reformas implementadas en la década del 90 permitieron a los países latinoamericanos modernizar sus economías. La inversión extranjera directa estaba representada en grandes flujos de dinero, pero también en know how, sobre cómo gestionar las inversiones en ciertos campos clave que permitieran a la economía tecnificarse. En prácticamente todos los países latinoamericanos se observó una extensión de los servicios públicos en toda la amplitud de sus territorios nacionales, cuando antes eran negados a una gran parte de la población, al mismo tiempo que se construyeron autopistas y rutas que hicieron más eficiente la comunicación entre los estados provinciales, extendiendo la frontera de posibilidades de la producción.

En algunos países, como Argentina, Bolivia, Venezuela o Ecuador, -y por diferentes causas- el modelo hoy calificado como “neoliberal” no terminó bien, y la opinión pública decidió apoyar otros modelos que cambiaran el rumbo. Es así que en la última década estos cuatro países decidieron apoyar un modelo de desarrollo interno, privilegiaron las relaciones dentro del grupo, avanzaron en un modelo de sustitución de importaciones- y planificaron un entramado de subsidios y regulaciones que escaseaban en la década anterior.

Otros países, sin embargo, continuaron con aquel modelo “neoliberal”. Chile, Colombia, Perú, Uruguay y México evitaron cerrar sus economías y doblaron esfuerzos en intentar atraer capitales como base de su desarrollo productivo, al tiempo que mantuvieron las privatizaciones de los servicios públicos como un factor acertado de los gobiernos previos.

¿Resultados similares?

En el período 2003-2008 las estadísticas muestran que ambos modelos fueron exitosos en términos de aumentar la inversión, reducir la pobreza, crear empleo, alcanzar un crecimiento económico acelerado e incluso reducir la carga de la deuda en relación con el PIB.

La similitud, sin embargo, es sólo aparente. Y no me refiero únicamente a lo engañosas que pueden resultar las estadísticas en el primer grupo -especialmente Argentina y Venezuela-, sino a otras cuestiones de fondo.

Mientras Argentina, Venezuela, Bolivia y Ecuador expandieron la inversión pública, las otras economías estimularon la inversión privada. Mientras el primer grupo creó mayor empleo público y expandió los planes sociales, el segundo creó empleo privado. Mientras el primer grupo redujo la deuda pero aceleró la inflación, el segundo grupo redujo la deuda, con estabilidad monetaria. Mientras el primer grupo muestra un crecimiento del gasto público sobre PIB, en el segundo grupo este ratio cae. Mientras el primer grupo nacionaliza empresas privatizadas en la década anterior, el segundo grupo profundiza aquel modelo y mejora las regulaciones.

La crisis global de 2009 golpeó a las economías emergentes latinoamericanas, pero a partir de 2010 el primer grupo se estancó o entró en recesión, mientras el segundo grupo continuó su expansión económica. Los fundamentos de la expansión del segundo grupo, basados en fundamentos “neoliberales” (apertura económica, privatizaciones, baja presión tributaria y bajo gasto público relativo, por ejemplo) deberían abrir un interrogante en quienes creen que este modelo ha fracasado.

Analizar el fugaz “crecimiento económico” argentino (fue más recuperación que crecimiento real) frente a lo genuino y sostenible del modelo que aplicaron los países de la Alianza del Pacífico, nos debería dejar lecciones de por dónde debería ir la política económica de nuestro país y de los países del primer grupo.

De la Alianza del Pacífico a la Alianza Latinoamericana

Mauricio Macri ganó las elecciones em 2015 fundando su campaña en este cambio que resultó lógico para la opinión pública, tras los límites económicos y sociales que enfrentó el populismo.

El cambio propuesto, sin embargo, todavía es lento en insertar a la Argentina al mundo y prácticamente nulo en reducir el gasto público, la presión tributaria y el déficit fiscal.

El excesivo gradualismo impide alcanzar mejor resultados de actividad económica y empleo genuino, pero al menos la Argentina inicia una transición adecuada. Bolivia, Ecuador y Venezuela todavía siguen su rumbo herodoxo, y eso dejará tristes resultados para su población.

La esperanza está en que poco a poco los países del primer grupo aprovechen las lecciones que en la última década nos ha dejado el segundo grupo, y que la Alianza del Pacífico se convierta en una Alianza Latinoamericana.

Publicado originalmente en El Cronista, domingo 24 de septiembre de 2017.

Una Posible Clasificación De Las Leyes Económicas

En este trabajo ofrecemos una clasificación para las leyes económicas, siguiendo como punto de partida la propuesta de Joseph Keckeissen en su tesis doctoral, desarrollada bajo la tutoría de Israel Kirzner, en la Universidad de Nueva York. La tesis repasa el significado que distintos economistas reconocidos de la historia del pensamiento económico le han otorgado al término “ley”. En primer lugar, se advierte un grupo de economistas que han rehusado utilizar el término, incluyendo el historicismo alemán o los institucionalistas. Otros economistas que sí lo aceptan, lo hacen en un sentido empírico, comprendiendo empiristas, cuantitativistas o algunos macroeconomistas. Entre quienes le dan una acepción más teórica, sin embargo, unos lo hacen a través de modelos, sobre la base de ciertos supuestos, como los clásicos y neoclásicos; mientras que sólo los marxistas y los austriacos entienden la ley científica como aplicable a todo tiempo y lugar, y derivadas de ciertos axiomas definidos al comienzo del sistema. En las reflexiones finales hacemos un llamado a reconsiderar estos debates como esenciales a nuestra disciplina.

Acceda aquí al trabajo completo.

ESTADOS, NACIONES, FRONTERAS E INMIGRACIÓN

Cuando L. von Mises vio disolverse su amado Imperio Austro-Húngaro (sí, lo amaba, detalle interesante para los anarco-capitalistasJ) escribió una de sus más monumentales y menos leídas obras: Nation, State, and Economy. Allí sistematizó una de sus grandes ideas: la diferencia entre estado y nación, tema que aparecería de vuelta en Liberalismo y en Teoría e Historia. La nación es una unidad cultural unida por el lenguaje (adelantándose a Wittgenstein, describió perfectamente el papel performativo del lenguaje respecto a las formas de vida culturales). Un estado, en cambio, es una unidad administrativa, cuya función es ser el aparato social de coerción que para Mises estaba destinado a la protección de los derechos individuales que, a su vez, debían ser universales a las diversas culturas.

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Por lo tanto, él soñó no con una separación, sino con una unión, bajo un mismo estado federal, de las diversas naciones. Estas últimas no debían estar unidas ni por la educación, ni por el lenguaje, sino sólo por el respeto a las libertades individuales de todos, y a la libre entrada y salida, de capitales y de personas, entre las diversas naciones. Por eso para Mises la libertad educativa y de lenguaje eran tan importantes. En realidad Mises soñó con un mundo cuyas diversidades culturales no fueran impedimento para una unidad que pasara –nada más ni nada menos- por las libertades indivuduales y la libre entrada y salida de capitales y de personas.

¿Demasiado para la naturaleza humana? Puede ser. Hubo, sin embargo, acercamientos. Tal vez los “Estados unidos” fueron, al inicio, eso. Tal vez la Argentina de fines del s. XIX, donde todo el mundo, literalmente, entró, fue eso. Pero esas ocasiones históricas tienen mucho de casual. Coinciden con momentos donde hay cierto consenso cultural sobre “la llegada del otro”, donde el otro no es tan otro. Para cierto norteamericano promedio había otros, esto es, negros y latinos, y para ciertos argentinos promedios, a fines del s. XIX, los otros eran realmente los negros –que no había- y los indígenas –casi totalmente eliminados-. El europeo no era otro. Se parecía al criollo. Los españoles “volvieron” y los “tanos” eran simpáticos. Y listo. Y otras comunidades eran caucásicas.

El problema, para la convivencia de las naciones, es el otro, el verdaderamente otro. El otro, el que tiene rasgos y color verdaderamente distintos, el que tiene costumbres e idioma verdaderamente distintos, es un problema para la naturaleza humana. O sea, luego del pecado original, el hombre es un problema para el hombre, porque todos somos otros en relación a otros. Todos somos extranjeros cuando nos toca serlo.

¿Tuvo razón Hobbes, entonces? No sé. Tal vez hubo un momento “lockiano” en la historia. Tal vez EEUU fue eso: la única nación cuya unidad no pasaba por una raza, religión, sino por la adhesión a la Constitución Federal. Tal vez no fue así. Pero, ¿debe ser así?

Sí, en cuanto ideal regulativo de la historia. La única unidad deseable es un sistema constitucional donde la igualdad sea la igualdad de derechos individuales por los cuales nuestra diversidad se manifiesta. A partir de allí, las diversidades se integran. El comercio, el libre contrato, implica que marcianos, italianos, venusinos, japoneses, puedan intercambiar sus bienes y servicios, y por ende, sus lenguas, culturas, usos y costumbres que se unen, no heroicamente, sino bajo el único incentivo que ha probado ser más fuerte que las guerras para millones y millones de gentes con conocimiento disperso y prejuicios diversos. La emergencia del liberalismo político y económico en la historia no fue el surgimiento del reino de los cielos, sino del único reino posible luego del pecado original. Lo demás tiene otros nombres: esclavitud, servidumbre, guerra, sumisión, crueldad.

Claro que los economistas clásicos y los austríacos tienen razón cuando prueban que la libre movilidad de capitales y de personas aumenta la productividad conjunta y el nivel de vida para todos. Es la solución de la pobreza y del subdesarrollo. Pero lo difícil es el corazón humano que no quiere ver al otro, aunque el otro sea el famoso plomero en Domingo de Woody Allen. Si es el hijo del tano de la vuelta, todo bien. Si es negro y habla francés, mm….

¿Y qué pasa si hay guerras potenciales? ¿Qué pasa si sospechamos que “el otro” es terrorista? Para eso las visas, que son sistemas de fiscalización, pueden ser admisibles. Pero deben ser la excepción, no la regla. Pero no, parecen ser la regla. Entonces la guerra es la regla y la paz es la excepción. Entonces Hobbes es la regla y Locke la excepción. Entonces, ¿el liberalismo fue verdaderamente excepcional?

Claro que Trump está equivocado en sus políticas proteccionistas. Pero repentinamente parece ser el único equivocado. Los fascistas, los comunistas, los intervencionistas, los socialdemócratas, o sea todos excepto nosotros, los pérfidos liberales, están todos de acuerdo con naciones cerradas, con aranceles, visas, pasaportes y todo tipo de control “al extranjero”. Ah si, pero ellos no son Trump. Trump es el nacionalista malo. Ellos son los nacionalistas buenos. Es así de fácil.

Las naciones son en sí mismas buenas. Asi somos los humanos. Nos sentimos bien con unidades culturales linguísticas (yo no, pero yo soy marciano J). El problema está en las naciones cerradas, pero parece que no podemos desprendernos de elllo. Sí, el EEUU originario, la Argentina del s. XIX, con todos sus desastres e imperfecciones, abrieron las fronteras, pero fue algo verdaderamente excepcional. La guerra parece ser lo normal.

Pero si la guerra es lo normal, pongámonos del lado de la excepción. El liberalismo es un mandato moral. Es el contrapeso de la historia de la guerra. Es contraintuitivo. Es vivir con el otro. Ya no hay extranjero o de aquí, ya no hay documentado o indocumentado, ya no hay nacional o inmigrante, porque todos son uno en la igualdad ante la ley.

Central Banking and Crisis Management from the Perspective of Austrian Business Cycle Theory

Gunther Schnabl

University of Leipzig – Institute for Economic Policy

CESifo Working Paper Series No. 6179

Abstract:

The paper analyses the evolvement and effects of central bank crisis management since the mid 1980s based on a Hayek-Mises-Wicksell over-investment framework. It is shown that, given that the traditional transmission mechanism between monetary policy and consumer price inflation has collapsed, asymmetric monetary policy crisis management implies a convergence of interest rates towards zero and a gradual expansion of central bank balance sheets. From a Hayek-Mises-Wicksell perspective asymmetric central bank crisis management has contributed to financial market bubbles, decreasing marginal efficiency of investment, increasing income inequality and declining growth dynamics. The economic policy implication is a slow but decisive exit from ultra-expansionary monetary policies.

Number of Pages in PDF File: 42

Keywords: Hayek, Mises, Wicksell, monetary overinvestment theory, asymmetric monetary policy, financial crisis, Goodhart’s Law, marginal productivity of investment, secular stagnation

JEL Classification: E520, E580, F420, E630

 

EL CONOCIMIENTO EN HAYEK Y MISES

(Art. escrito en el 2007, luego publicado en «Conocimiento vs. información», Unión Editorial, 2011).

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Es habitual decir que los economistas austríacos, a diferencia de los neoclásicos, enfatizan la información limitada de los agentes económicos, a diferencia de los modelos de competencia perfecta que suponen el conocimiento perfecto.

Ese modo de plantear la cuestión, sin embargo, puede ser respondido con facilidad por los neoclásicos. Ellos pueden decir, y de hecho lo dicen, que ya han incorporado la noción de información incompleta a sus modelos (incluso cintándolo a Hayek), y que estos últimos, como cualquier hipótesis, son modelos generales que no tienen por qué “coincidir” con la realidad. El mapa no es el territorio. La física procede igual. De hecho esta respuesta fue dada explícitamente por Friedman.

Por ende se hace necesario un replanteo del problema.

Cuando Hayek plantea esta cuestión en Economics and Knowledge, en 1936, su objeción contra el supuesto de conocimiento perfecto no es que no es “realista”. La objeción es que con ese supuesto el problema económico está mal planteado. Si el conocimiento fuera perfecto y los agentes estuvieran en perfecto equilibrio, el problema económico mismo es el que se supone resuelto. El problema, aclara Hayek, es precisamente que los planes inter/personales no están coordinados, que el conocimiento es limitado, que las expectativas y suposiciones sobre los otros agentes en el mercado son falibles. ¿Cómo lograr la coordinación entre millones y millones de individuos con planes diferentes? Ese es el problema económico. Es más, ese es el problema de todas las ciencias sociales, aclara Hayek.

Creo que es más conocida la respuesta de Hayek al problema (el orden espontáneo) que su re-planteo del problema. Porque ese replanteo responde a los neoclásicos incluso actualmente. La cuestión no es partir del conocimiento perfecto como núcleo central de la teoría y luego agregar como hipótesis adicional (auxiliar o ad hoc) la limitación del conocimiento. Sino al revés: partir de que el conocimiento es incompleto, imperfecto, disperso, limitado (ese es el núcleo central de la teoría) y luego agregar una hipótesis adicional que “compense” la limitación de conocimiento: el aprendizaje. Por lo tanto el neoclásico no puede responder a eso que todo modelo, o toda teoría, tiene aspectos “no totalmente realistas”. Obvio. La cuestión es cuál es el punto de partida de la teoría. Conocimiento perfecto o conocimiento limitado. Esa es la cuestión.

¿Cómo se dio cuenta de ello el joven Hayek? Por un lado, ya había comenzado a trabajar en sus teorías monetarias, en la teoría del ciclo, donde advirtió claramente un caso de des-coordinación de planes, cuando el factor tiempo entraba en juego: el mercado de capitales. Ello facilitó el camino para que viera ese caso como parte de “el” problema de la ciencia económica, la des-coordinación de planes, cuya “respuesta” es el orden espontáneo. Pero, por otro lado, Hayek ya había pasado por Mises. Esto es: había asistido, antes de ir a Inglaterra, a los privat seminars de Mises en Viena. Una de las principales enseñanzas que Hayek sacó de esos seminarios fue precisamente la imposibilidad de cálculo económico en el sistema socialista. Ello no sólo implicó que Hayek pasara del socialismo a la economía de mercado, sino que también quedara la semilla planteada del problema del conocimiento. La enseñanza básica de Mises en 1922 era que el socialismo, al carecer de precios, no puede evaluar costos. Entonces el planificador socialista, al pretender planificar todo, esto es, “conocer” todo, no puede “conocer”. Mises también va desarrollando este tema paulatinamente. Para él, el punto era claro para todos aquellos que estuvieran formados en la economía neoclásica “versus” el marxismo. Pero luego, ante la defensa del socialismo que hacen los economistas ingleses que defendían el laborismo inglés, Mises va ampliando el campo de su teoría. Era la falta de percepción del mercado como un proceso dinámico lo que llevaba a defender la posibilidad de cálculo económico en el socialismo. Mises ya comienza a afirmar esto en 1933, en sus escritos más epistemológicos, pero de 1934 a 1949 su vida es absorbida (y bien) por los dos períodos de redacción de la obra de su vida, La Acción Humana (que salva a la Escuela Austriaca de la extinción) donde la teoría del mercado como proceso ya es clara y distinta.

Mientras tanto Hayek va planteando la cuestión en escritos más cortos. Economics and Knowledge, 1936, The Use of Knowledge in Society, 1945; The Meaning of Competition, 1946. Pero esos escritos tienen un pequeño problema: “knowledge” es utilizado como sinónimo de “information” varias veces. O sea que alguien podría decir: ok, sea la información incompleta punto de partida o no de la teoría, la cuestión es que hoy, tanto austriacos como neoclásicos, conocen la importancia de la información incompleta en teoría económica. ¿Por qué entonces la diferencia?

Porque no se trata de información ni de “incompleta”, sino de “conocimiento limitado”, que es muy diferente.

No es un detalle. Gran parte de la filosofía, la ciencia y la cultura contemporáneas han sido ganadas por un modo de concebir al conocimiento humano que podríamos llamar “el paradigma de la información”, donde se supone que el conocimiento es un sujeto que recibe pasivamente datos. Pero Hayek, en la primera parte de Economics and Knowledge, lo que comienza a cuestionar es precisamente la noción de “dato”, porque ya se da cuenta de que la expectativa que un sujeto tiene sobre lo que otro sujeto valora, piensa y actúa, es cualquier cosa menos un “dato” y ese tipo de “conocimiento” es precisamente el que hay que coordinar. Incluso cuando Hayek dice “mundo” no son las cosas, los datos o los números, sino el conjunto de relaciones entre los sujetos, que a veces se coordinan, a veces no. No en vano afirma luego en 1942 que el “subjetivismo” ha sido el mayor avance en economía, ante la incomprensión e indiferencia de la mayor parte de sus colegas, sumergidos ya en un mar de estadísticas, mediciones y “datos”. Hayek nunca había minimizado ese “mundo”, sino que advierte que todo conocimiento humano tiene un margen de relevancia que debe ser evaluado e interpretado por el propio sujeto y, para colmo de dificultades, en coordinación con otros.

El conocimiento humano, por ende, no es pasividad (Popper lo dijo también y sus amigos científicos le creyeron menos aún) sino proyección activa de expectativas falibles. La “información” es por ende humanamente imposible. Claro que puedo “informarme” de cuántas computadoras hay en la oficina, supuesta la expectativa de relevancia para mí y para otros sujetos de ese número de computadoras. Supuesto, además, el esquema interpretativo, cultural, que me dice qué es una computadora, un escritorio, una oficina, etc.

El conocimiento humano, por ende, no es completo ni incompleto porque no es cuantitativo. Es disperso, falible, relevante, creativo, que son nociones cualitativas imposibles de “medir” pero sí de “entender”. Porque el conocimiento humano es eso, es que hay problemas de coordinación, que se minimizan en un mercado abierto con la creatividad del aprendizaje humano, que Mises llamó “factor empresarial de toda acción humana en el mercado”.

El conocimiento en la Escuela Austríaca, por ende, implica sustituir el paradigma de la información, por el conocimiento como creatividad y aprendizaje. Allí se entrecruzan filosofía, psicología, economía y política en una “inter-net” casi indivisible. Es un nuevo paradigma enfatizado por Mises y Hayek y que los economistas austríacos actuales deben continuar. Los debates epistemológicos no son para ellos algo marginal. Son su presente. Son su futuro.