Mises refuta a Piketty

En el año 2014 el economista francés Thomas Piketty volvió a encender el debate por la desigualdad económica. Con su libro El Capital en el Siglo XXI, que fue récord de ventas ese año (aunque sus compradores no lo hayan leído demasiado), Piketty saltó a la fama mundial y recorrió varios continentes dando conferencias y entrevistas. Aún hoy, el autor sigue publicando. Su obra más reciente se titula Capital e Ideología, otro tratado que -en su versión en español- se extienden por más de 1200 páginas.

¿Cuál era la tesis central de PIketty? Que la desigualdad estaba en niveles máximos y que el origen de la misma era que el rendimiento sobre el capital crecía más rápido de lo que lo hacía la economía en su conjunto. Piketty resumió esto en una brevísima notación matemática: r>g, donde “r” es el rendimiento del capital y “g” el crecimiento de la economía.

En una charla que dio en Buenos Aires y que presencié, proyectó esta idea con números concretos.

Lo que el cuadro 12.1 muestra es que el crecimiento promedio anual de la riqueza de los “megarricos” crecía entre el 6,4% y el 6,8%, mientras que el crecimiento de la riqueza promedio (per cápita) corría al 2,1%, y el PBI mundial avanzaba al 3,3%.

Esto obviamente demostraba que:

r (6,4-6,8%) > g (3,3%) > gpc (2,1%)

La imagen que transmite este concepto es sencilla: aquellos que tienen gran capital, pueden invertirlo a una tasa que triplica la del adulto promedio. Es decir que la brecha entre los que tienen grandes capitales y el común de los mortales tenderá siempre a incrementarse.

Si en el año 0 el capital de María (que es 50% mayor al de Pablo) crece al 6,8% anual y el de Pablo solo puede crecer al 2,1%, entonces al cabo de 50 años, la diferencia de riqueza será de 1.324%. Es decir, la desigualdad se habrá multiplicado por un factor de 9,5.

A esta conclusión se llega por una sencilla fórmula de cálculo financiero, que dice que el capital final es igual al capital inicial multiplicado por la tasa de interés elevada al número de períodos en los que se reinvierten el capital y los intereses.

Cf=Ci*(1+r)n

Puesta así, la tesis de Piketty parece irrefutable. No solo arribó a sus números con una larga investigación empírica, sino que, desde un punto de vista financiero, la conclusión sobre la desigualdad creciente es inevitable. Si la “r” de María es superior a la “r” de Pablo (que es “g” per cápita, “gpc”), entonces los ricos serán siempre cada vez más ricos y, en términos relativos, el ciudadano promedio será cada vez más pobre.

¿Cómo se determina “r”?

Pero las apariencias engañan. Y eso mismo pasa con la aparente contundencia del postulado del economista francés. Es que hay al menos dos problemas en el planteo. El primero es que el cuadro presentado más arriba comete el error del exceso de agregación. Es decir, toma a los megarricos como un todo homogéneo, ignorando quiénes forman parte de ese grupo en cada momento del tiempo (ver más aquí) y por qué.

El segundo es que la famosa “r”, o tasa de rendimiento sobre el capital, no está dada para nadie en particular. Es decir, no se trata de tener un capital y que, como hay una “r” de los superricos, invertirlo y simplemente esperar los frutos tan preciados. Esta idea, que puede tener una lógica financiera y contable para explicar cómo funciona la “capitalización”, no tiene lógica económica.

Lo paradójico es que quien explicó acabadamente este asunto fue Ludwig von Mises, en su texto Socialismo, 92 años antes de la publicación de El Capital en el Siglo XXI.

En el capítulo 24 de la sección segunda de la tercera parte de su tratado, Mises explica “la formación de las fortunas bajo el régimen de cambio”. La sección está incluida justamente en una parte enteramente dedicada a responder la crítica sobre la concentración de la riqueza en el capitalismo.

Lo primero que hace Mises es rechazar la idea de que el “juego del mercado” es un juego de suma cero, donde unos ganan a costa de otros:

“En una sociedad, la creación constante de nuevas riquezas y de nuevas miserias hiere vivamente la vista, mientras que la disgregación de las viejas fortunas y el acceso lento al bienestar de las capas menos favorecidas escapan fácilmente a una observación superficial. ¿Cómo no habría uno de estar inclinado a sacar esta conclusión apresurada que la teoría socialista resume en la célebre fórmula: el rico más rico, el pobre más pobre?

Son inútiles largas explicaciones para demostrar la fragilidad de esta tesis. Es una afirmación carente de base decir que en la sociedad que se funda en la división del trabajo la riqueza de los unos acarrea la pobreza de los otros”

(En un post aquí ofrecemos números que demuestran lo que Mises enuncia arriba.)

Algo más adelante, Mises responde directamente el planteo pikettiano, al que equipara con una filosofía “del hombre de la calle” (negritas mías):

“Las fortunas invertidas en capital no son, como se lo imagina la filosofía económica del hombre de la calle en su ingenuidad, fuentes inagotables de ingreso. El capital no produce frutos; más aún, no se conserva mediante una especie de fenómeno natural espontáneo. Los bienes concretos de que se compone desaparecen en la producción; dejan lugar a otros bienes, a bienes de consumo cuyo valor debe servir para reconstituir el valor del capital mismo. Pero esto no puede ocurrir así, a no ser que el proceso de la producción se desarrolle favorablemente, a decir, que el rendimiento sea superior a la inversión.”

Lo que Mises está diciendo es que “r” no es un elemento dado para ninguna persona en particular, sino que es un rendimiento que depende de cuán buena o mala haya sido la inversión. Y eso no depende de ser rico o pobre, sino de -digamos- la visión de negocio que tiene el empresario o inversor.

Continúa el austriaco:

“Y este proceso favorable es necesario no solamente para permitir al capital proporcionar una ganancia, sino para permitirle renovarse. Rendimiento y conservación del capital son siempre el producto de una feliz especulación. Si la especulación resulta mal, no solamente desaparece la ganancia, sino que sufre perjuicio la sustancia misma del capital (…) Quienquiera que desee tener una fortuna constituida por capitales debe ganarla de nuevo todos los días. Un patrimonio así no es fuente de ingresos de la que pueda gozarse por largo tiempo en la inercia”

Mises continúa y se refiere precisamente a los análisis estadísticos del tipo que Piketty ofreció en 2014:

“Los estadísticos han calculado el monto que habría alcanzado un centavo invertido a interés compuesto durante la época de Jesucristo. Los resultados a que se ha llegado son de tal modo extraordinarios que puede uno preguntarse cómo es que nunca haya nadie tenido la previsión de asegurar por este medio el porvenir de su casa.”

Yendo a un ejemplo concreto, si se hubiesen invertido USD 1.000 en acciones de Amazon en 1997, hoy ese monto ascendería nada menos que a USD 2,34 millones.

Pero si era tan fácil incrementar la riqueza al 38% anual acumulado, ¿cómo es que tan pocos lo lograron? Por otro lado, ¿fue la riqueza pasada lo que garantizó la riqueza futura, o fue la extraordinaria performance de una empresa que supo servir bien a sus consumidores lo que generó la enorme tasa de rendimiento (“r”) que derivó en fortuna?

Sin duda tener USD 1.000 era un requisito necesario para obtener toda la ganancia que ofrecieron las acciones de Amazon. Pero tampoco deberían quedar dudas de que no es un requisito suficiente.

Mises aborda este tema en la página 379 (año 2017, Unión Editorial):

“Pero si los capitales no se incrementan por sí mismos, si su simple conservación y mayormente su fructificación y su incremento exigen la intervención permanente de especulaciones acertadas, no puede ser ya cosa de una tendencia al aumento continuo de las fortunas. Estas no pueden acrecentarse: hay que acrecentarlas. Para conseguirlo es indispensable la actividad atinada del empresario. El capital no se reproduce, no da frutos, no se aumenta sino en tanto que se hacen sentir los efectos de una buena inversión.”

El punto que hace Mises es crucial. No se trata de que “los ricos” tengan asegurada una tasa de rendimiento para su capital, sino que cualquier persona puede convertirse en rica si logra que “r” sea alta.

Pero eso no depende (al menos no de forma determinante) del punto de partida. Así como una persona puede incrementar su fortuna por invertir bien (“r” elevada), otra puede dilapidarla por invertir mal (“r” baja respecto del promedio o incluso negativa).

¿Cuánto vale una casa?

Para Piketty el capital inicial determina el ingreso de las personas gracias al rendimiento generado “r”. Riqueza presente, entonces, determina ingresos y (por acumulación) riqueza futuros. El problema es que, como explicó Holcombe en un lúcido artículo en línea con Mises:

“… esto es exactamente al revés (…) El capital no tiene algún valor, que luego genera un rendimiento para proporcionar ingresos a los propietarios del capital. Más bien, el capital consiste en activos productivos que generan un rendimiento, y el valor del stock de capital está determinado por el rendimiento que genera, en lugar de, como lo describe Piketty, que el rendimiento esté determinado por su valor.”

Esto puede verse fácilmente con el valor de una casa. Claro, tener una casa puede significar hacerse poseedor de una corriente de ingresos derivada del alquiler, pero el alquiler es un fenómeno de mercado.

Supongamos que la casa cuesta USD 100.000 y se puede obtener, en concepto de alquiler, USD 3.000 por año (3%). ¿Es que los USD 100.000 que vale la casa determinan los ingresos que esa casa genera, como diría Piketty? ¿O es que, dado que la casa puede generar USD 3.000 por año, los potenciales compradores están dispuestos a pagar hasta USD 100.000, para hacerse de esa corriente de ingresos futuros?

¿Qué pasaría con el valor de la casa si, producto de un aumento de la inseguridad en el barrio donde ésta se encuentre, el máximo alquiler posible bajara a USD 1500? Dicho de forma más técnica: ¿cuál es el valor del un activo si el flujo de fondos que promete es de USD 3000 por año, respecto de uno que ofrece solamente la mitad?

Contrariamente a lo que dice Piketty, entonces, no importa realmente cuál sea el valor del capital inicial, sino la capacidad humana para tomar buenas decisiones en cuanto a la tasa de rendimiento que se le puede sacar a un activo cualquiera.

Y en una economía de mercado, este será el elemento principal que explique las desigualdades económicas. Quienes estén “en la cima de la pirámide”, serán aquellos empresarios, emprendedores o inversores que mejor rendimiento puedan obtener de su capital, negocio o inversión. Lo bueno es que del otro lado del mostrador estarán los consumidores, que son los que, en última instancia, determinan dicho rendimiento en base en base a cuán bien se satisfagan sus necesidades.

El mercado, entonces, no es un juego de suma cero y la economía no es una torta fija que haya que distribuir de forma equitativa. Mises refutó a Piketty 92 años antes que éste publicara su manifiesto sobre la desigualdad. Tal vez el francés no hizo tiempo a leerlo.

¿EN VERDAD UNA SOCIEDAD IGUALITARIA? – Por Alberto Benegas Lynch (h)

Hoy se repite casi sin pensar en muy diversos medios que el objetivo supremo consiste en el igualitarismo. Incluso se citan fuentes que en verdad contradicen lo dicho, como cuando, por ejemplo, se menciona la Declaración de Derechos en el origen de la revolución francesa que en realidad alude expresamente a la igualdad de derechos en su primer artículo (“Los hombres nacen y permanecen libres e iguales en derechos”), lo cual, junto con otros principios fundamentales fue negado por la contrarrevolución. Sin embargo, la revolución norteamericana mantuvo incólume aquella idea durante un largo período de tiempo y por eso prosperó en grado superlativo a diferencia del terror y el despotismo en que sucumbió la nación francesa en esas épocas.

Del principio de la igualdad de derechos deriva necesariamente la igualdad ante la ley que está indisolublemente atada a la noción de Justicia ya que no se trata de iguales en atropellos sino anclado en aquello de “a cada uno lo suyo”, es decir en el respeto a la propiedad de cada cual (lo suyo, adquirido de modo legítimo).

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TODO EMPEZÓ CON PLATÓN – Por Alberto Benegas Lynch (h)

 

En no pocas personas hay, a veces guardado en el interior,  a veces exteriorizado, un sentimiento de envidia, celos y resentimiento por los que tienen éxito en muy diversos planos de la vida. Y estos sentimientos malsanos se traducen en políticas que de distintas maneras proponen la guillotina horizontal, es decir, la igualación forzosa para abajo al efecto de contemplar la situación de quienes, por una razón u otra, son menos exitosos.

Pero estas alharacas a favor del igualitarismo inexorablemente se traducen en la más absoluta disolución de la cooperación social y la consecuente división del trabajo. Si se diera en la naturaleza lo que pregonan los igualitaristas como objetivo de sus utopías, por ejemplo, a todos les gustaría la misma mujer, todos quisieran ser médicos sin que existan panaderos y lo peor es que no surgiría manera de premiar a los que de mejor modo sirven a los demás (ni tampoco sería eso tolerable puesto que el premio colocaría al premiado en una mejor posición que es, precisamente, lo que los obsesos del igualitarismo quieren evitar). En otros términos, el derrumbe de la sociedad civilizada. Incluso la misma conversación se tornaría insoportablemente tediosa ya que sería equivalente a parlar con el espejo. La ciencia se estancaría debido a que las corroboraciones provisorias no serían corregidas ni refutadas en un contexto donde todos son iguales en sus conocimientos. En resumen un infierno.

Este ha sido el desafío de la corriente de pensamiento liberal: como en la naturaleza no hay de todo para todos todo el tiempo, la asignación de derechos de propiedad hace que los que la usen bien a criterio de sus semejantes son premiados con ganancias y los que no dan en la tecla con las necesidades del prójimo incurren en quebrantos. La propiedad no es irrevocable, aumenta o disminuye según la utilidad de su uso para atender las demandas del prójimo. Este uso libre maximiza las tasas de capitalización, lo cual incrementa salarios e ingresos en términos reales. Esto diferencia a los países ricos de los pobres: marcos institucionales que respeten los derechos de todos para lo cual los gobiernos deben limitarse a castigar la lesión de esos derechos.

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Otra vez sobre la desigualdad y la pobreza: la importancia de la movilidad social, para arriba sobre todo

El debate no terminará nunca. Aquí un nuevo aporte, en un trabajo publicado por el Cato Institute, de Michael Tanner, con el título “Cinco mitos sobre la desigualdad económica en América (Estados Unidos)”, disponibe acá: https://www.cato.org/publications/policy-analysis/five-myths-about-economic-inequality-america

Su resumen:

“La desigualdad económica ha subido a la cima de la agenda política, defendida tanto por los candidatos políticos como por los autores más vendidos. Sin embargo, muchas de las creencias más comunes sobre el tema se basan en percepciones erróneas y falsedades.

Aunque a menudo se nos dice que vivimos en una nueva Edad Dorada, el sistema económico de Estados Unidos ya es altamente redistributivo. La política fiscal y el gasto en bienestar social reducen sustancialmente la desigualdad en América. Pero incluso si la desigualdad estuviera creciendo tan rápido como dicen los críticos, no sería necesariamente un problema.

Por ejemplo, a diferencia de los estereotipos, los ricos tienden a ganar en lugar de heredar su riqueza, y relativamente pocas personas ricas trabajan en Wall Street o en finanzas. La mayoría de la gente rica consiguió esa manera proporcionándonos con los bienes y los servicios que mejoran nuestras vidas.

La movilidad de ingresos puede ser menor de lo que nos gustaría, pero la gente sigue moviéndose hacia arriba y hacia abajo en la escala de ingresos. Pocas fortunas sobreviven durante varias generaciones, mientras que los pobres siguen siendo capaces de salir de la pobreza. Más importante aún, hay poca relación entre la desigualdad y la pobreza. El hecho de que algunas personas lleguen a ser ricos no significa que otros se harán pobres.

Aunque los ricos pueden aprovechar las conexiones políticas para su propio beneficio, hay pocas pruebas de que, como grupo, persigan una agenda política diseñada para suprimir a los pobres o prevenir políticas diseñadas para ayudarlos. Al mismo tiempo, en lugar de reducir la desigualdad económica, una mayor intervención del gobierno puede empeorar la situación. Dado que las políticas para reducir la desigualdad, como el aumento de impuestos o programas adicionales de bienestar social, probablemente tendrán consecuencias no deseadas que podrían causar más daño que bien, debemos centrarnos en implementar políticas que realmente reduzcan la pobreza en lugar de atacar la desigualdad misma.”

CONCENTRACIÓN DE RIQUEZA – Por Alberto Benegas Lynch (h)

ABLAntes he escrito a raíz del libro de Thomas Piketty sobre las estructuras de capital en este siglo que corre y también sobre otro de sus libros que alude a las desigualdades. Dejo de lado las enormes y acaloradas controversias estadísticas que suscitaron las expuestas en el primer libro mencionado, principalmente desarrolladas, explicadas y severamente criticadas por Jean-Philipe Delsol, Hunter Lewis, Rachel Black, Anthony de Jasay, Robert T. Murphy, Daniel Bier y Louis Woodhill. En esta nota preriodística circunscribo mi atención en torno a dos aspectos cruciales.

En primer lugar, es importante subrayar que en un mercado abierto las desigualdades de ingresos corresponden a las preferencias de los consumidores. Si el oferente da en la tecla respecto a los gustos y necesidades de sus congéneres, obtendrá ganancias y si yerra incurrirá en quebrantos.

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Reflexión de domingo: OTRO LIBRO DE PIKETTY – Por Alberto Benegas Lynch (h)

ABLAfortunadamente esta vez son solo 190 páginas en la edición argentina del Siglo Veintiuno Editores y no el mamotreto de su obra más conocida que comentamos en su oportunidad junto a muchos otros reviews críticos y favorables. Esta vez se titula La economía de las desigualdades. Como implementar una redistribución justa y eficaz de la riqueza. Repite aquí mucho de lo ya dicho pero conjeturo que el editor lo ha estimulado al autor para publicar dado el momento de su éxito en librerías (lo debe haber conminado en el sentido de now or never).

El lenguaje que Piketty utiliza en este nuevo trabajo es más directo y provocativo (y si se quiere panfletario) respecto a su obra anterior por lo que nosotros también recurrimos a expresiones más contundentes y menos sofisticadas de las que empleamos en nuestro estudio del libro anterior.

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