¿QUÉ TAN LEJOS ESTÁ LA ARGENTINA DEL MODELO ECONÓMICO CHILENO?

En numerosas oportunidades Mauricio Macri declaró su admiración hacia el modelo económico chileno. Alguna vez se lo reconoció a su par Michelle Bachelet, y otra vez exclamó que “sería bueno que los argentinos asimilaran la experiencia” trasandina. Es una hipótesis plausible que a nuestro Presidente le gustaría que Argentina convergiera en materia económica hacia el modelo chileno, alcanzando estabilidad monetaria, con un gobierno limitado a menos funciones y con una mayor apertura económica e inserción internacional. La convergencia, sin embargo, parece ser muy lejana, y los avances a lo largo de este 2016 parecen ser mínimos.

La admiración no sorprende cuando se analizan diversos indicadores. Existe cierta similitud al tomar el Producto Interno Bruto per cápita o el nivel de desempleo, pero las diferencias son notorias cuando se analiza el nivel de gasto público en relación al PIB (23 % Chile vs 45 % Argentina), déficit fiscal (2 % vs 7 %), el nivel de deuda sobre el PIB (17 % vs 60 %), Ranking Moodies (Aa3 vs B3), ubicación en el Ranking de competitividad (35 vs 106), lugar en el índice Doing business ó “hacer negocios” del Banco Mundial (48 vs 121), Indice de Precios al Consumidor  (4 % vs 40 %), nivel de exportaciones e importaciones en relación al PIB (30 % vs 12 %), además de mejores indicadores en las tasas de natalidad, mortalidad y esperanza de vida, por tomar una muestra.

Algunas de las medidas concretas que tomó este gobierno contribuyen en la convergencia de este modelo bajando la presión tributaria (se eliminaron y redujeron retenciones a las exportaciones y se incrementó el mínimo no imponible del impuesto a las ganancias), buscando reducir la tasa de inflación (bajando el ritmo de crecimiento de la oferta monetaria) y tratando de incrementar la apertura económica y la inserción internacional (eliminando primero el cepo cambiario, restableciendo el diálogo con acreedores externos y devolviendo al país las relaciones internacionales que le fueron negadas por más de una década, incluyendo un acercamiento a la Alianza del Pacífico).

En donde no ha habido avances es en el frente fiscal. El siguiente recuadro puede ayudar a comprender el punto.

Argentina_Chile

La economía argentina presenta hoy un elevado nivel de gasto público. ¿Bajo qué criterio se puede sostener que es “elevado”? “Elevado”, si lo comparamos, por ejemplo con la recaudación tributaria, provocando un déficit fiscal que nos obliga a tener que acceder a otras fuentes de financiamiento. El kirchnerismo financió estos déficits emitiendo dinero, lo que generó un alto nivel de inflación, y también accediendo a tomar deuda interna a través de los fondos de pensiones existentes en ANSES, lo que complica el futuro previsional de la población económicamente activa.

El gobierno de Mauricio Macri ha negado una y otra vez que vaya a ocurrir un ajuste durante su gobierno, lo que se convalida al observar el tamaño del gasto público. En lo que sí hubo leves cambios, es en la forma de financiarlo. Como explicamos más arriba, eliminó retenciones y redujo el mínimo no imponible del impuesto a las ganancias, lo que permitió reducir levemente la presión tributaria; también redujo el ritmo de monetización del déficit fiscal para bajar la inflación el próximo año; pero continúa tomando fondos de ANSES en forma de deuda interna y ha buscado y sigue buscando cubrir la brecha que queda a través de deuda externa.

Si esta solución prevalece, lógicamente será temporal y estará condenada al fracaso. Ningún país puede lograr sostener estos niveles de déficit tomando deuda externa. Vale recordar el desenlace del menemismo por seguir esta receta.

Lo que la economía argentina necesita es un fuerte ajuste fiscal que le permita reducir el porcentaje de empleo público del 20 % actual al 10 % que caracteriza a la media de la región, reduciendo también la presión tributaria que recae sobre las empresas y los consumidores a la mitad, continuando con la eliminación de diversos tributos, especialmente los más distorsivos . Por supuesto que alcanzar los niveles chilenos es algo lejano, pero sería deseable planificar un plan integral de transición hacia ese objetivo.

Holdouts: la mirada de un economista de la UNLPam

fondosbuitredibujotelam3El Canal 3 de La Pampa me hizo la semana pasada una entrevista acerca de los Holdouts que reprodujo parcialmente en su noticiero. El diario textual extrajo de esta entrevista algunos párrafos, y los publicó bajo el siguiente título:

Holdouts: la midara de un economista de la UNLPam

Muchos conocidos me preguntaron si realmente había dicho todo esto, porque saben de mis críticas al menemismo, pero también al kirchnerismo.

Aprovecho este espacio para aclarar que al editarse esta entrevista se desequilibrió el mensaje. Intenté dejar en claro que el error del menemismo fue el déficit y el endeudamiento. Pero también que el kirchnerismo mantuvo déficit y deuda (aunque interna). Sólo aclaré que el único «logro» del kirchnerismo fue no acumular deuda externa también, pero en la nota se pondera de tal forma que parece que los elogio. Aclaré que el kirchnerismo no fue nada conservador, y que agotaron todas las otras fuentes de financiamiento: impuestos (en una década con commodities en precios récord), emisión monetaria (que es responsable de la actual alta tasa de inflación) y que incluso absorbieron los 40.000 millones de dólares que las AFJP ahorraron durante los 90 (y que fueron traspasadas a ANSES).

Expliqué la cláusula RUFO, que fue el argumento de Kificllof para no pagar. Pero agregué que la RUFO fue una excusa porque al vencer el plazo, tampoco se quiso avanzar en cancelar esta deuda.

Finalmente aclaré que Macri al pagarle a los Holdouts abrirá una de dos puertas: 1) la del NO ajuste, y entonces se mantiene el déficit y el endeudamiento (que fue el error de Menem) ó 2) la del gradualismo para reducir el déficit, que es esencial para atraer inversiones, generar empleo y lograr crecimiento económico genuino. Incluso me incliné por pensar que esta 2da opción es la que desea tomar el nuevo gobierno, porque Macri prometió déficit 0 en 2019. Insistí en no repetir el error fatal de los 90, pero no identifiqué a Macri con Menem como la nota parece mostrar. No descarto que se puedan repetir los errores, pero hoy no podemos anticiparnos a ello.

Aprovecho para dejar otras notas relacionadas al tema de la entrevista. Tenemos que entender que no es todo blanco o negro. He criticado los gobiernos de Menem, Duhalde, De la Rúa, Néstor y Cristina Kirchner y también al gobierno de Macri, pero se debe ponderar cada aspecto en su justa medida:

Entendiendo la economía argentina, Cato Institute, 29 de junio de 2011.

Otro economista de EE.UU. elogia las políticas de CFK, y uno local le contesta, FortunaWeb, Diario Perfil, 24 de mayo de 2012.

El hombre olvidado, Infobae, 29 de mayo de 2013.

Argentina sufre de inconsistencia temporal, Infobae, 26 de junio de 2013.

¿Qué tipo de crecimiento tuvo la Argentina?, Infobae, lunes 19 de mayo de 2014.

Lecciones de historia de la deuda externa argentina, Infobae, sábado 12 de julio de 2014.

El relato de la deuda argentina, Infobae, Lunes 22 de septiembre de 2014.

Proyecto de país a largo plazo versus Cambio de modelo, Fortuna Web, Jueves 25 de septiembre de 2014.

Imaginando un eventual gobierno del Pro, Infobae, miércoles 6 de mayo de 2015.

Contexto menos favorable en 2016. Escenario económico y su impacto en los precios de los commodities, La Arena, La Pampa, sábado 8 de agosto de 2015.

Tres razones para desinflar la burbuja del Estado, Infobae, martes 11 de agosto de 2015.

Los mayores errores de la gestión Kicillof, Infobae, jueves 13 de agosto de 2015. Reproducido en ElCato.org bajo el título «Mis 8 discrepancias con el gobierno argentino«.

El desarrollismo de Frondizi, Infobae, Lunes 30 de noviembre de 2015.

Dos libros para el nuevo equipo económico, Fundación Libertad y Progreso, 9 de diciembre de 2015.

Argentina: Balance del primer mes de gestión, Infobae, viernes 8 de enero de 2016.

¿Coparticipación federal o correspondencia fiscal?, Infobae, viernes 26 de febrero de 2016.

 

Tres razones para desinflar la burbuja del Estado

impuestosCuando los historiadores económicos se refieren a las grandes crisis económicas del siglo XX -y lo que va del siglo XXI- identifican cada caso con una burbuja. En la crisis de los años 1930, por ejemplo, los historiadores observaron burbujas bursátiles e inmobiliarias. La crisis dot-com de 2001 en Estados Unidos fue la burbuja bursátil de las acciones relacionadas a internet. La gran recesión de 2008, también en Estados Unidos, fue el desenlace de la burbuja inmobiliaria gestada desde fines de 2001. La crisis europea actual fue la de una burbuja inmobiliaria, seguida de una burbuja del gasto público que se ha pinchado en varios países, pero queda aún una brecha importante por corregir. Vale aclarar que las economías solo lograron recuperarse de las distintas crisis mencionadas cuando las burbujas se terminaron de desinflar y emprendieron un proceso de formación de capital a través del ahorro y la inversión.

En la Argentina de hoy la crisis que viene será asociada a la burbuja del gasto público, que se fue gestando desde 2003 y especialmente a partir de los dos gobiernos de Cristina Fernández de Kirchner, con sucesivos planes y programas.

Sin ánimo de ser exhaustivo, aunque presentados cronológicamente, recordamos ya en agosto de 2003 el Plan Manos a la Obra de Néstor Kirchner, seguido por la prolongación del Programa Remediar, la creación del Museo de la Memoria, el Plan Federal de Salud, el Plan Nacer Argentina, el Plan Espacial Nacional, el Programa de Becas del Bicentenario, el Programa de Apoyo de Infraestructura Universitaria, el Programa Argentina Trabaja, Fútbol para Todos, la asignación universal por hijo, el Fondo del Bicentenario para pagar la deuda externa, el Programa Conectar Igualdad, el Programa de Financiamiento Productivo del Bicentenario, Pakapaka, Tecnópolis, la recuperación de YPF, Procrear, el Programa Sumar (que fue una ampliación del Programa Nacer) o el Plan Raíces, entre otros.

Tres críticas presentamos los economistas a estos programas.

En primer lugar, que varios de estos programas y planes no se presentan como temporarios -mientras duró la crisis de 2002, con más de un 50 % de pobres y más de un 20 % de desempleados-, sino como continuos, garantizando a mucha gente una serie de ingresos que perdurarán en el tiempo. Esto evita que los beneficiarios tengan incentivos para buscar por sí mismos la generación de ingresos que les permitan abandonar esta dependencia del Estado. Más grave aún ha resultado el caso en que muchas personas rechazan posibilidades de trabajo para no perder un plan del Gobierno.

En segundo lugar, preocupa la sustentabilidad del gasto público total, el que no puede mantenerse aun con la mayor presión tributaria de la historia argentina, requiriéndose ahora de emisión monetaria para cubrir la brecha entre ingresos y gastos, y sometiendo a toda la población a niveles elevados de inflación. Axel Kicillof inició un proceso de ajuste por la vía de la inflación, pero el costo político de su sucesor será elevado, lo que puede implicar problemas de gobernabilidad para quien ocupe el sillón de Rivadavia en 2016.

En tercer lugar, desconocer que mucho de lo que estos programas hacen el mercado podría hacerlo por sí solo y de manera mucho más eficiente. Esto se vincula con el primero de los puntos planteados. Basta observar a nuestros países vecinos, con niveles de desempleo y pobreza radicalmente inferiores a los de Argentina, para comprender el daño que estos planes y programas le hacen a la población. Esto se vincula al debate que la Presidente ha querido abrir en distintos discursos -sobre qué Estado queremos-, pero al que nadie de la oposición atendió. Personalmente, pienso que el objetivo final debería ser que los argentinos tengan trabajo, ingresos propios, y a través de ese ingreso y el acceso a crédito puedan adquirir su casa, su auto o incluso pagar por los bienes y los servicios que deseen consumir, sean estos remedios, computadoras o incluso fútbol. En la medida en que esto se vaya logrando, el Estado debería ir reduciendo su tamaño, desmantelándose muchos de los programas y los planes o también los ministerios y las secretarías que este Gobierno ha creado. Que en esta “década ganada” el proceso haya sido contario a este ideal es una muestra de que hemos tomado el camino inverso al deseado. Que Daniel Scioli esté pensando hoy en crear nuevos ministerios y secretarías también es un camino opuesto al deseado.

Los economistas no exigimos un cambio hacia la anarquía y la desaparición inmediata de todos los planes sociales y programas, y menos aún en las condiciones de la Argentina en 2002 o 2003, sino un llamado de atención a los excesos de gasto que el kirchnerismo ha iniciado y el costo político y social que puede implicar revertir este proceso.

Tal como ocurrió en sucesivas crisis económicas, la Argentina no podrá retornar al crecimiento hasta que desinfle la burbuja del gasto público. Si la fase de desarrollo requiere inversión, como definió recientemente Miguel Bein -el asesor principal de Daniel Scioli-, y como sostiene también el equipo económico de Mauricio Macri, debemos tomar conciencia de que nadie querrá invertir en un país que mantiene un nivel de gasto público en torno al 50 % del PIB, con una inflación que supera -al menos- el 20 %, cuya presión tributaria es récord de todo el continente y que aún mantiene un déficit fiscal del 7 %-8 % del PIB.

¿Qué países son los peores deudores de la historia?

En estos días, cuando se habla de crisis de deuda, surge inmediatamente el nombre de Argentina.

El país sudamericano parece estar nuevamente al borde de la cesación de pagos (o default) luego de que en EE.UU. el juez Thomas Griesa fallara en favor de grupos de acreedores privados que tienen bonos del Estado argentino.

Los llamados holdouts, a los que la presidenta Cristina Fernández califica de ‘fondos buitre’, rechazaron la reestructuración de la deuda que emprendió el gobierno de Buenos Aires en 2005 y 2010, y ahora reclaman el pago de la totalidad de sus préstamos: US$1.330 millones más intereses.

En menos de una semana vence el plazo de gracia para que Argentina desembolse el dinero y, si no logra renegociar los términos en EE.UU., es posible que caiga en default.

El gobierno de Fernández ya depositó en un banco de EE.UU. más de US$500 millones correspondientes al vencimiento de uno de los bonos en disputa, por lo que insiste en que no puede hablarse de default. Sin embargo, el juez Griesa rechazó esta transacción afirmando que se debe cumplir con todos los bonistas al mismo tiempo.

Pero hay más razones para que se hable de Argentina.

Pocos olvidan que el país –una de las mayores economías de América Latina- se declaró en cesación de pagos en 2001, en medio de su mayor crisis política, social y financiera de los últimos tiempos.

Desde entonces los inversionistas y la prensa internacionales han mirado con desconfianza a la nación sudamericana, mientras el gobierno ha intentado sin mucho éxito regresar a los mercados de capitales, que consideran al país una suerte de paria.

Ahora bien, desde una mirada más amplia y retrospectiva, ¿es merecida la mala fama de Argentina en los círculos financieros?

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BRADEN O PERÓN, FONDOS BUITRES O CRISTINA, LA MISMA PATOLOGÍA

MarxSin asumir la dialéctica hegeliana, se podría decir, sin embargo, que muchos argentinos han construido su propia identidad a partir de su enfrentamiento al amo, el mundo anglosajón, malo, feo, sucio, que le impide a él, al esclavo, la libertad y la manifestación de toda su belleza, bondad, plenitud y poder.

Como la Argentina fue un empate entre las tendencias tradicionalistas antiliberales y el liberalismo continental francés –Alberdi es la excepción- los argentinos tienen amplios recursos dentro de su tradición cultural como para racionalizar su odio atávico al inmundo imperialista anglosajón. El nacionalismo llamado católico argentino encuentra en Rosas su héroe principal; la Constitución del 53 es vista como un adefesio anglosajón y el fracaso de dicha constitución, que nunca termina de hacer carne cultural, no es casualidad. Esa visión del mundo no tiene ningún problema, en la década del 20, de tomar a Mussolini y luego a Franco como modelos; ello gana el corazón del ejército, e incluso resulta extraño que el golpe del 30 no haya barrido con todas las instituciones republicanas. El antisemitismo, siempre patológico, que los rodea, los hace coquetear con Hitler, y encuentran en Perón –un típico dictador autoritario fascista y protector de nazis- la concreción de sus ideales. Perón capta inmediatamente –como en casi todo- el odio a lo anglosajón como un componente básico de dicho pensamiento y su famoso “Braden o Perón” no es más que la genial instauración discursiva de un modelo de pensamiento donde todos nuestros males no son nuestros: son fruto del auténtico dominador colonial, al auténtico explotador, protestante y enemigo para siempre de las más preciadas tradiciones nacionales y “católicas”: los ingleses y, peor aún, los “yanquis”.

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