Para muchos “nuestra” industria es un ejemplo de soberanía o motivo de orgullo nacional, pero lo cierto es que su contrapartida es una pobreza estructural representada en un tercio de la población
Los economistas distinguimos entre bienes transables y no transables. Los transables son aquellos que se pueden exportar e importar; los no transables son los que sólo se consumen en las economías donde se producen. Ejemplos de bienes transables son los alimentos y las bebidas, la indumentaria, la tecnología o los libros. Ejemplos de bienes no transables son los servicios en general, por ejemplo, un corte de pelo, una radiografía o los estudios en la escuela primaria. En las economías abiertas y con bajos aranceles, los bienes transables tienden a tener precios muy parecidos. La diferencia de precios se encuentra únicamente en el costo de transporte. La Argentina, sin embargo, viene ofreciendo precios para estos bienes que duplican y hasta triplican a los que se pueden encontrar en el mundo libre.
¿Cuánto reduciríamos la pobreza si los precios de los bienes transables cayeran a la mitad o a la tercera parte? ¿Tiene sentido seguir protegiendo con altos aranceles la industria manufacturera argentina? Se dice que, al proteger esta industria, se protegen millones de puestos de trabajo que esta industria genera, pero lo cierto es que se desprotege a 40 millones de consumidores que de otro modo podrían acceder a productos de mejor calidad y menor precio. Y por otro lado, si las economías tuvieran que cerrarse para garantizar el pleno empleo, ¿cómo explicamos el bajo desempleo que muestran las economías libres en la actualidad? Lo cierto es que este argumento constituye un mito, y si abrimos las economías, sí, algunas empresas manufactureras tendrán que reestructurarse, pero el trabajador argentino podrá encontrar otras actividades más productivas para llevar adelante.