Se está discutiendo por estos días en Argentina la sanción de una «Ley de Etiquetado Frontal» de alimentos y bebidas que buscaría que, determinados alimentos altos en sodio, azúcar o grasas deban -de forma obligatoria- exhibir un octógono negro con una advertencia al respecto.
La medida es defendida por no pocos activistas, y muchos economistas también consideran que se trata de un avance puesto que soluciona una de las tantas veces mencionadas fallas del mercado: la información asimétrica.
Una de mis reflexiones al respecto la hice en la red social Twitter, donde sugerí que la tarea de un gobierno es defender derechos individuales, y obligando a las alimenticias a etiquetar lo que venden no estaba llevando a cabo esta tarea (también ofrecí mis puntos de vista aquí y aquí).
Me resultó interesante recibir como respuesta a este punto que, precisamente, como liberal yo tendría que estar de acuerdo con este tipo de reglamentación, debido a que tener más información para decidir equivale a ser más libre y, por tanto, a una defensa de los derechos individuales de los consumidores.
En lo que sigue de este post me gustaría dejar en claro que esta argumentación constituye un error, y que ese error lo destacaron dos economistas austriacos -a mi entender, al menos- en la década de los ’60.
El primero fue Friedrich Hayek, en Los Fundamentos de la Libertad, publicado en 1960. El segundo Murray Rothbard, en 1962, en El Hombre La Economía y El Estado.
La libertad como poder
En su obra de 1960, Hayek discurrió por varias páginas sobre la definición de libertad, equiparándola con la ausencia de coacción. En este trabajo, además, notó una confusión que solía cometerse, la de igualar libertad con poder.
Ninguna de las confusiones de la libertad individual con diferentes conceptos designados por la misma palabra es tan peligrosa como la que corresponde a un tercer uso de la palabra al cual ya nos hemos referido brevemente: el empleo de «libertad» para describir la facultad física de «hacer lo que uno quiera»27, el poder de satisfacer nuestros deseos o la capacidad de escoger entre las alternativas que se abren ante nosotros. Esta clase de «libertad» aparece en los sueños de muchas gentes en forma de ilusión de volar. Se les antoja que están liberados de la fuerza de la gravedad y que pueden moverse «tan libres como un pájaro» hacia donde deseen, o que tienen el poder de alterar a su conveniencia el mundo que les rodea.
Este punto es clave porque muestra que todas las personas son libres en la medida que no se les impida perseguir sus fines. Ahora si la naturaleza, o las circunstancias económicas, impiden realizar determinada acción, como volar (en el ejemplo de Hayek), o ir al cine, no estamos hablando de falta de libertad sino de falta de recursos. En palabras de Hayek, falta de poder.
Lo mismo puede decirse de la información «no completa». No se trata de un problema de falta de libertad, sino de falta de un recurso llamado información, que como todo en el mercado, alguien deberá producir. El debate entonces será quién incurre en el costo de dicha producción y con qué fin.
La falacia de confundir libertad con abundancia
En el capítulo 10 de El Hombre, La Economía y El Estado, Rohtbard fue incluso más claro en este punto. En dicha sección (traducida y publicada al español por ESEADE aquí) el autor estadounidense ataca por numerosos frentes a la teoría de la competencia perfecta enseñada en todos los cursos introductorios de economía del mundo.
Uno de los ataques reside en establecer que es una falacia confundir libertad con abundancia, y que no se puede decir que el consumidor no sea libre porque no tenga suficientes alternativas para elegir, o porque una empresa no cuente con los recursos para ingresar a competir en un mercado específico:
Una tesis afirma que hay cierta perversidad en el hecho de que empresas que antes eran competidoras lleguen a unirse, es decir, en la “restricción de la competencia” o del “comercio”. Se supone que tales restricciones perjudican la libertad de elección del consumidor. Como lo dice Hutt en el artículo citado anteriormente: “Los consumidores son libres […] y es factible la soberanía del consumidor, tan sólo en la medida en que exista la facultad de sustituir”.
Empero, con seguridad se trata de una concepción completamente equivocada del significado de la libertad. Crusoe y Viernes, al regatear en una isla desierta, tienen muy poca “medida” o “facultad” de elección; la facultad de sustitución de que disponen es limitada. Sin embargo, si no se interpone ningún otro en lo relativo a sus personas o bienes ambos son completamente libres. Pretender lo contrario significa incurrir en la falacia de confundir la libertad con la abundancia o con la diversidad de las elecciones posibles.
Lo mismo podemos decir sobre la información nutricional de ciertos alimentos (asumiendo generosamente que la etiqueta propuesta comunica dicha información y estrictamente eso). Todos somos libres de consumir o no cualquier alimento, y también de buscar la información que nos parezca pertinente, pero desde ya no tenemos más libertad cuando hay más información. A lo sumo, estaremos contando con más recursos.
Ni para Rothbard ni para Hayek proveer dichos recursos es una obligación de las empresas productoras.
¿Por qué es importante hacer estas distinciones? Porque, volviendo a Hayek: » Una vez que se admite la identificación de libertad con poder, no hay límites a los sofismas en cuya virtud el atractivo que ejerce la palabra libertad se utiliza como justificación de medidas que destrozan la libertad individual».