Mano Invisible y Teoría de Juegos: Primera Parte

En un post anterior (¿Es posible la mano invisible?, 1/11/21), propuse comenzar a considerar contribuciones recientes que llevan a demostrar nuevamente que así es. En este caso, va una primera parte sobre el desarrollo de la Teoría de los Juegos. En un post posterior veremos cómo ha evolucionado hacia el opuesto de su origen. Es decir, inicialmente el Dilema del Prisionero mostraba el fracaso de la cooperación voluntaria; luego la teoría llegará a demostrar su éxito. Pero comencemos:

El Dilema del prisionero presenta una situación bastante particular, en la cual dos presos se encuentran en celdas separadas, sin contacto entre sí. Enfrentan dos opciones: cooperar con el otro jugador para obtener un resultado medianamente positivo, o traicionarlo y obtener un resultado aún más favorable. La lógica de la búsqueda del interés personal, en particular en este caso de la maximización del resultado, los lleva a elegir la segunda opción y obtener un resultado peor que el de la cooperación o el de la traición unilateral. Al perseguir su mejor opción individual termina obteniendo el peor resultado total: La solución del dilema es un equilibrio de Nash, el resultado de que cada jugador persiga su mejor resultado individual. La búsqueda del interés personal se contrapone con el interés social. La mano invisible fracasa.

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¿Es posible la mano invisible?

Seguramente todos conocemos esta famosa cita:

Every individual is continually exerting himself to find out the most advantageous employment for whatever capital he can command. It is his own advantage, indeed, and not that of the society, which he has in view. But the study of his own advantage naturally, or rather necessarily, leads him to prefer that employment which is most advantageous to the society.

He generally, indeed, neither intends to promote the public interest, nor knows how much he is promoting it. By preferring the support of domestic to that of foreign industry, he intends only his own security; and by directing that industry in such a manner as its produce may be of the greatest value, he intends only his own gain, and he is in this, as in many other cases, led by an invisible hand to promote an end which was no part of his intention.  Nor is it always the worse for the society that it was no part of it. By pursuing his own interest he frequently promotes that of the society more effectually than when he really intends to promote it. I have never known much good done by those who affected to trade for the public good.

Adam Smith, An Inquiry into the Nature and Causes of the Wealth of Nations (London: Edwin Cannan, 1904), Book IV, Cap. II.

Las famosas citas de Adam Smith reflejan una, y tal vez la más grande, de las contribuciones de la ciencia económica para la comprensión de los órdenes espontáneos que configuran lo que llamamos “sociedad”. Muestran, también, una visión optimista de la cooperación social, planteando que no solamente es ésta posible, sino que además es compatible con la búsqueda del interés personal.

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Valor Subjetivo y Teorema de Coase

Una discusión en un post previo me motiva a escribir sobre este tema para presentar un análisis sobre la cuestión.

El llamado Teorema de Coase fue un notable aporte de quien tuviera la característica de escribir pocos artículos, pero uno más importante que el otro. En este caso “El problema del costo social». Para empezar, a aquellos que sostienen el carácter subjetivo del valor les hará ruido lo del «costo social” y en tal caso cómo alguien puede conocerlo, pero dejemos eso de lado por el momento.

La enorme contribución de Coase se presenta, de entrada, como una discusión a la posición predominante, la de Pigou, respecto a la solución de problemas de externalidades negativas ya que éste planteaba el problema como una falla de mercado y proponía como solución un impuesto a la actividad que la generara. Coase señala que Pigou se equivoca en pensar que es la única, o mejor, solución ya que (y éste es el teorema), si los derechos de propiedad están claramente definidos y los costos de transacción son bajos, las partes llegarán a soluciones mutuamente satisfactorias, sin importar quién tenga el derecho.

Tomemos el caso Brigdmarn vs Sturgess que aparece en el artículo: una panadería se encuentra instalada y trabajando y un médico se muda al lado. Al tiempo, decide construir su consultorio justo al lado de pared medianera y descubre que los ruidos y vibraciones de una máquina amasadora le molestan o impiden realizar su tarea (no escucha bien con el estetoscopio). Según Pigou, el que produce la externalidad es la panadería por lo que habría que ponerle un impuesto, tan alto que lleve a su dueño a mover la máquina…, o la panadería. Según la visión de Coase, podría presentarse el asunto de esta forma: hay dos posibilidades en cuanto a la asignación del derecho de propiedad y, a su vez dos alternativas respecto a los costos:

Derecho al panaderoDerecho al médico
1) P: 100; ME: 703) P: 100; ME: 80
2) P: 60; ME: 804) P: 60; ME: 80

Así suele presentarse en muchos artículos.

En el primer caso el derecho es del panadero y como su valoración es de 100, y el médico no puede pagar más de 70, la máquina se queda y, en todo caso, el consultorio se muda. En el caso 2), por el contrario, la valoración del médico le permitiría ofrecer, digamos 70, por mover la máquina y ambos salen beneficiados (+10), la máquina se va. El caso 3) es similar al anterior pero aquí, como el derecho es del médico, el panadero puede pagar 90, la máquina se queda y con ello el médico mueve el consultorio. Por último, 4) es la reversa de 1) la valoración del panadero no le permite pagar lo suficiente por lo que, siendo el derecho del médico, la máquina se va.

Todo hasta ahí parece muy bien, pero cuando los costos de transacción son elevados y esto impide la transacción, entonces 2) y 3) ya no son posibles, quedan 1) y 4). En ese caso, Coase dice que el juez debe asignar el derecho de forma tal que se maximice el resultado positivo. En este caso debería inclinarse por 1) donde el surplus es 30 en lugar de 20 para 4); pero el problema es otro. Y es que esos números no están a la vista del juez ya que las valoraciones son subjetivas. Entonces pedirle al juez que haga eso es pedirle que ponga, en todo caso, sus valoraciones o las de la comunidad, o las de cualquier otro.

Con una teoría subjetiva del valor, el caso debería presentarse de esta forma:

Derecho al panaderoDerecho al médico
1) P > ME3) P > ME
2) P < ME4) P < ME

Ahora el juez está en problemas, porque no puede evaluar el resultado de cada alternativa y compararlas. ¿A quién le asigna el derecho entonces? ¿Cuál es la asignación eficiente?

Continuará

El K.O. de Arrow a Samuelson

Si un tema merece ser derrotado, no importa quien lo haga, y, tal vez, tampoco si el golpe no es perfecto.

No podemos decir que Paul Samuelson haya sido socialista o agente de la KGB, pero algunos temas que planteara parecieran llevar a eso. Conocemos su definición de bienes públicos y privados, siendo los primeros aquellos que cumplen con la condición de «no exclusión” y “no rivalidad en el consumo». Esto llevó a Samuelson, y a todos los que siguieron estas ideas, a plantear que esos bienes han de ser provistos por el Estado. Pero vean lo que dice Samuelson respecto a cuántos son «bienes públicos»:

“Así, consideremos lo que he presentado en este trabajo como definición de un bien público, y en la que tendría que haber insistido mejor en mi primer trabajo y subsiguientes: “Un bien público es aquél que entra en las utilidades de una o más personas. ¿Qué es lo que nos queda? En un pequeño extremo el caso del bien privado y todo el resto del mundo en el dominio de los bienes públicos por presentar algún tipo de ‘externalidad de consumo’”. (Samuelson 1969, p. 108).”

Samuelson, P. (1969). «Pure Theory of Public Expenditure and Taxation.» In Public Econoimcs: An Analysis of Public Production and Consumption and Their Relationships to the Private Sector. Proceedings of a Conference Held by the International Economics Associations. J. Margolis and H. Guitton (eds.) London: Macmillan.

¿Entonces? ¿Todos esos bienes y servicios deberían ser provistos por el Estado? ¿»Todo el resto del mundo” provisto por el Estado? ¿No sería ése un mundo socialista?

Otro tema relacionado que planteara Samuelson es el intento de definir una función de bienestar social, una herramienta que permitiría a cualquier gobierno buscar y alcanzar una “re”distribución de ingresos óptima.

No fue necesario que ninguno de los grandes economistas liberales de entonces se ocupara del asunto, porque antes de que tomara suficiente vuelo recibió un golpe de KO que lo sacó del ring. Y este golpe llegó de la mano de Kenneth Arrow, y su «teorema”, que algunos llaman «paradoja”, pero no veo porqué tenga que serlo. Lo interesante es que se lo conoce como «Teorema de la Imposibilidad de Arrow».

Con un interés pedagógico (esto es, para presentar el tema en las clases), quisiera encontrar una forma sencilla de explicar el teorema, y apelo aquí a su ayuda. Así lo describe Wikipedia:

“El Teorema de Imposibilidad de Arrow parte de establecer que una sociedad necesita acordar un orden de preferencia entre diferentes opciones o situaciones sociales. Cada individuo en la sociedad tiene su propio orden de preferencia personal y el problema es encontrar un mecanismo general (una regla de elección social) que transforme el conjunto de los órdenes de preferencia individuales en un orden de preferencia para toda la sociedad, el cual debe satisfacer varias propiedades deseables:

  • Dominio no restringido o universalidad: la regla de elección social debería crear un orden completo por cada posible conjunto de órdenes de preferencia individuales (el resultado del voto debería poder ordenar entre sí todas las preferencias y el mecanismo de votación debería poder procesar todos los conjuntos posibles de preferencias de los votantes)
  • No imposición o criterio de Pareto débil: si A resulta socialmente preferido a B, debe existir al menos un individuo para el cual A sea preferido a B. Esto implica que la regla no va contra el criterio de unanimidad.
  • Ausencia de dictadura: la regla de elección social no debería limitarse a seguir el orden de preferencia de un único individuo ignorando a los demás.
  • Asociación positiva de los valores individuales y sociales o monotonía: si un individuo modifica su orden de preferencia al promover una cierta opción, el orden de preferencia de la sociedad debe responder promoviendo esa misma opción o, a lo sumo, sin cambiarla, pero nunca degradándola.
  • Independencia de las alternativas irrelevantes: si restringimos nuestra atención a un subconjunto de opciones y les aplicamos la regla de elección social a ellas solas, entonces el resultado debiera ser compatible con el correspondiente para el conjunto de opciones completo. Los cambios en la forma que un individuo ordene las alternativas «irrelevantes» (es decir, las que no pertenecen al subconjunto) no debieran tener impacto en el ordenamiento que haga la sociedad del subconjunto «relevante».

El teorema de Arrow dice que si el cuerpo que toma las decisiones tiene al menos dos integrantes y al menos tres opciones entre las que debe decidir, entonces es imposible diseñar una regla de elección social que satisfaga simultáneamente todas estas condiciones. Formalmente, el conjunto de reglas de decisión que satisfacen los criterios requeridos resulta vacío.”

En términos más simples todavía, diría que, por ejemplo, si tres individuos tienen este orden de preferencias:

  • X: A > B > C
  • Y: B > C > A
  • Z: C > A > B

… no hay forma de agregar esas preferencias sin violar el orden de alguno de esos individuos, es decir, forzándolo a un orden que no es el que hubiera elegido.

No obstante, el gran servicio que Arrow ha brindado con su Teorema, planteó que algo similar ocurre en el mercado. James Buchanan ha sido muy crítico de este punto, señalando que las transacciones voluntarias que se realizan en el mercado cumplen con el principio de unanimidad y de optimización en un mundo de valoraciones subjetivas. Es decir, no podría haber ninguna redistribución que cumpla con el principio de Pareto, el que sólo se verifica cuando las transacciones son voluntarias.

En fin, el de Arrow fue un golpe imperfecto, pero llevó al KO a la función de bienestar social, y eso es un aporte suficiente.

El Lenguaje de la Economía

Estimados, quiero tratar con ustedes el tema del lenguaje de la Economía. No la metodología, si es axiomático-deductiva o hipotético-deductiva, si requiere contrastación empírica, etc; todos temas que ha desarrollado claramente Gabriel.

Mi tema surgió a partir de haber planteado a Nicolás y Adrián una pregunta que me hizo un alumno de la materia Escuela Austriaca en UCEMA: ¿porqué es que no ha continuado el desarrollo del modelo gráfico de Garrison? Ellos respondieron todo lo que ellos mismos han hecho al respecto, pero ahora quiero plantear el tema general, es decir, al uso de expresiones matemáticas, gráficos, etc.

Así, por ejemplo, vemos en los Principios de Economía Política, de Menger, el uso de ejemplos numéricos, como:

Para mayor claridad, daremos una expresión numérica (cf. pág. 113 y siguientes) a la anterior relación. Podremos entonces expresar la significación escalonada de la satisfacción de las necesidades antes mencionadas mediante una serie de cifras, que van descendiendo en proporción aritmética, por ejemplo, según la serie: 50, 40, 30, 20, 10, 0.

Imaginemos ahora que nuestro primer granjero, A, posee seis caballos y una sola vaca, mientras que el granjero B se halla en la situación contraria. Podemos entonces ejemplarizar la significación escalonada de la satisfacción de necesidades por medio de los bienes que posee cada uno de los granjeros en la siguiente tabla….

Mises va un poco más allá y plantea algunas ecuaciones, aunque en palabras:

Analicemos los monopolios marginales fijando la atención en aquella realidad que, hoy en día, con mayor frecuencia los ampara. Las tarifas proteccionistas, bajo ciertas condiciones, pueden engendrar precios de monopolio. Atlantis decreta una tarifa t contra la importación de la mercancía p, cuyo precio en el mercado mundial es s. Si el consumo de p, en Atlantis, al precio s -f- t, es a y la producción nacional de p es b, siendo b menor que a, resulta que los costos del expendedor marginal son iguales a s -f t. Los fabricantes de p en Atlantis pueden vender la totalidad de su producción al precio de s + t. La protección arancelaria, en tal caso, es efectiva e impele, en aquel mercado interior, a ampliar la fabricación de p por encima de b, hasta llegar a una producción ligeramente inferior que a. Ahora bien, si b es mayor que a, las cosas cambian. Cuando la producción b es tal que, incluso al precio s, el consumo interior no la absorbe en su totalidad, de tal suerte que una parte de la misma ha de ser exportada y vendida en el extranjero, la tarifa de referencia ya no influye en el precio de p. Tanto en el mercado interior como en el mundial el precio de p no varía. La repetida tarifa, sin embargo, al discriminar entre la producción nacional y la extranjera de p, concede a los industriales de Atlantis un privilegio que éstos pueden aprovechar para implantar una situación monopolística, siempre y cuando determinadas circunstancias igualmente concurran. Si cabe hallar entre s y s + t un precio de monopolio, resulta lucrativo para estos últimos el formar un cartel.

Mises, L. von. Acció Humana (4 Ed.). Unión Editorial, p. 548,

En el quinto renglón ya te perdiste. ¿Hubiera sido mejor plantear directamente las ecuaciones? ¿O hacerlo gráficamente?

Todos conocemos el triángulo Hayekiano mostrando las etapas del proceso productivo:

Todos conocen el modelo gráfico de Garrison para explicar la Teoría Austriaca del Ciclo Económico:

Murray Rothbard sostiene, en Man, Economy and State, que la construcción de un gráfico sobre la formación de un precio en el mercado tendría que presentar puntos, ya que las decisiones que se toman son sobre unidades específicas y una curva introduce cambios infinitesimales que no corresponden a las decisiones que tomamos. No obstante, él mismo luego usa las curvas. No recuerdo si lo aclara, pero seguramente porque le parece que es más «pedagógico” aunque sacrifique precisión teórica.

Ahora bien, una curva es también una función, que puede presentarse en lenguaje matemático. ¿Diríamos que en lenguaje matemático es menos “didáctica” que un gráfico, el que se comprende a simple vista?

¿Quiere decir entonces que tendríamos que tener en cuenta los costos y los beneficios de cada uno de los lenguajes, pero, en principio, no descartar ninguno? ¿Deberíamos darle prioridad a la claridad pedagógica?

Qué mala suerte… o qué malas ideas

Si no se cambian las ideas y valores que predominan en la sociedad y volvemos, digamos para simplificar, al espíritu emprendedor del inmigrante, seguiremos por el tobogán.

Cuando se acerca fin de año muchos se plantean hacer un balance sobre lo ocurrido. Es cansador porque, la verdad, los últimos balances son uno peor que el otro. Y el de este año ni que hablar. No sé si vale la pena hacerlo tampoco, pero se me ocurrió que, tal vez, podía evitar la depresión mirando más allá, no sobre el balance de un año sino el que me ha tocado en toda la vida, teniendo en cuenta que mi cumpleaños es en los primeros días de enero, también un momento para hacer un balance.

Me refiero a un balance externo, es decir, no a aquellos resultados que en buena medida dependen de lo que haya hecho o dejado de hacer. Más bien sobre las circunstancias económicas y políticas que me tocaron, al igual que a todos los de mi edad. Buscando referencias sobre el asunto me topé con este gráfico de Nicolás Cachanosky:

PBI Real per cápita en base a dólares internacionales de 2011PBI Real per cápita en base a dólares internacionales de 2011

El gráfico muestra la evolución del PIB real, medido en dólares de 2011, y la posición porcentual que el país ha ocupado en relación a todos los países. En ese sentido, el año de mi nacimiento muestra dos datos muy importantes. Por un lado, aumenta notablemente la cantidad de países que aparecen en la muestra, tomada del respetado trabajo Maddison Project Database del Departamento de Economía de la Universidad de Groningen en Países Bajos, el cual a su vez continúa el importante trabajo de Angus Maddison, un destacado economista británico que se dedicara a reconstruir series históricas de datos que hasta su trabajo, no estaban disponibles. El número de países pasa de algo más de cincuenta a más de ciento cuarenta.

El otro dato, más importante aún, es que en el año de mi nacimiento Argentina alcanzaba el pico de ingreso per cápita, ocupando una posición que lo ponía por sobre el 93% de los países del planeta. A partir de allí, los años que me tocaron vivir, llevaron al ingreso medio de la Argentina desde ese 93% a un 63%.}Hay repasar históricamente que fue lo que nos permitió alcanzar una posición que nos ubicaba entre los primeros, una posición que a fines del siglo XIX era mejor aún

En todos estos años he escuchado muchas explicaciones al respecto, tal como que el problema eran los términos del intercambio y la restricción cambiaria. Vamos a suponer que esto fuera cierto, tal vez incluso aceptar que explicara algunas de las caídas, pero, ¿qué explica la tendencia general de esos casi setenta años? En ese sentido, el déficit fiscal, los años en default y el crecimiento de los agregados monetarios y los precios son mucho más constantes que los precios de nuestras commodities o los vaivenes de la economía global (Todo eso puede verse en los excelentes gráficos de Nicolás: en el sitio Hub Económico).

No voy a hacer un balance de este 2020, porque ha sido horrible, tanto sea por los daños de la pandemia como los de la cuarentena, creo que es necesario hacer un balance de la tendencia que llevamos en los años que el gráfico muestra y repasar históricamente que fue lo que nos permitió, antes de esa fecha, alcanzar una posición que nos ubicaba entre los primeros, una posición que a fines del siglo XIX era mejor aún.Es hora de revisar nuestras ideas para cambiar de rumbo, uno que vuelva a ofrecer oportunidades y progreso no promesas que no se cumplen

Si no cambian las ideas y valores que predominan en la sociedad y volvemos, digamos para simplificar, al espíritu emprendedor del inmigrante, seguiremos por el tobogán. Me refiero, en términos generales, a ideas populistas, al culto del pobrismo, de la prebenda, del privilegio. Ese cambio había comenzado a producirse mucho antes que se iniciara la pendiente en caída, había cambiado la visión de la historia, donde pasamos de ser un país de oportunidades y progreso a uno de agravios y agresiones.

Así lo comenta Borges: “Hacia 1922 nadie presentía el revisionismo. Este pasatiempo consiste en ‘revisar’ la historia argentina, no para indagar la verdad sino para arribar a una conclusión de antemano resuelta: la justificación de Rosas o de cualquier otro déspota disponible” (Jorge Luis Borges, “Notas”, Fervor de Buenos Aires, Obras Completas I Emecé Editores; Barcelona, 1996, p. 52).

Es hora de “revisar” nuestras ideas para cambiar de rumbo, uno que vuelva a ofrecer oportunidades y progreso no promesas que no se cumplen.

Publicado originalmente en Infobae, el 30 de diciembre de 2020.

Un impuesto a las propuestas de impuestos dañinos

En 1789 Benjamin Franklin escribía en una carta a Jean-Baptiste Leroy una frase que luego pasaría a la historia: “En este mundo nada es seguro salvo la muerte y los impuestos”.

Suele decirse que son el medio “genuino” de financiar los gastos del Estado. Y es así, porque tarde o temprano buena parte de los otros métodos terminan siendo impuestos o son impuestos disfrazados. Además, ocurre que incluso cuando los impuestos están dirigidos a un determinado grupo o sector, también los terminamos pagando todos. Eso también ocurre con el llamado impuesto a la riqueza. Es un impuesto “políticamente correcto” porque parece castigar a los ricos y favorecer a los pobres; y sin costo político, ya que los que pagan suman muy pocos votos y les podemos decir a todos los demás que no pagan y tal vez se beneficien en algo con ese impuesto. Este segundo es un supuesto más que fantasioso, desde ya. De ahí a que ese dinero que paguen los superricos llegue a los superpobres tiene que pasar por la política, que cobra un peaje muchas veces superior a la recaudación.

Por otro lado, hay que conocer un principio básico de todo impuesto: es como el glifosato, sobre lo que caiga, lo mata. A menos que sea una semilla genéticamente modificada (como por ejemplo los sueldos de los funcionarios públicos). Es decir, si se establece un impuesto a la riqueza, habrá menos riqueza…, y si no se genera más riqueza, habrá más pobreza, el estado natural del ser humano. Así es como el impuesto a los ricos terminará afectando a los pobres.

El principio de que el impuesto mata lo que encuentra donde cae es tan viejo que no extraña encontrarlo en trabajo clásicos, incluso en textos que no son de economía. Tal es el caso de el clásico de Jonathan Swift, Los Viajes de Gulliver (1726). El autor ya tenía esto muy claro y lo muestra con los profesores que encuentra Gulliver en su viaje, al visitar la Academia en la isla de Lagado, donde hay discusiones sobre este tema:

“Asistí a un debate muy acalorado entre dos profesores acerca del modo más cómodo y efectivo de recaudar dinero sin oprimir a los contribuyentes. El primero sostenía que el método más justo sería poner un tributo sobre los vicios e idioteces de cada individuo; un jurado de vecinos sería el encargado de fijar la cantidad del modo más objetivo posible. El segundo sostenía la opinión enteramente opuesta; quería que cada persona tributase por las cualidades físicas y espirituales de las que se enorgullecía; cuanto más alta estima uno se tuviese, más elevado sería el impuesto; el importe sería fijado por cada uno. El impuesto más elevado recaería sobre los hombres de mayor éxito con las mujeres y variaría según el numero y naturaleza de los favores recibidos. El cómputo se fijaría por las declaraciones da propio interesado. La inteligencia, el valor, y la cortesía estaban también sujetas a severo tributo; se recaudaba del mismo modo: la cantidad dependía de las declaraciones del propio contribuyente. El honor, justicia, prudencia y saber estarían totalmente exentos de impuestos, porque son calificaciones tan singulares que nadie las valora ni en uno mismo ni en el prójimo.

Las mujeres tributarían por su belleza y elegancia en el vestir, otorgándoles el mismo privilegio masculino: el de fijar ellas mismas la cantidad. Pero la constancia, castidad, el sentido común y la bondad no estaban en baremo, porque no cubrirían los costes recaudatorios”.

El debate es aleccionador en dos aspectos. En primer lugar, los profesores tratan de encontrar un impuesto que no oprima a los contribuyentes. En verdad, esto no es posible, ya que se trata de una exacción forzada, necesaria para mantener los gastos del Estado. Por ello, no puede haber discusión de los impuestos sin que lo haya de los gastos.

En segundo lugar, ambos profesores se guían por un criterio correcto, esto es, cuando se aplica un impuesto sobre algo, se obtiene menos de eso. Uno de ellos quiere establecer impuestos sobre los vicios, con el objetivo de que haya menos. El otro, en realidad, no tiene una opinión diferente ya que intenta colocar un impuesto sobre las cualidades que cada uno estima tener, con el objetivo de reducir la pedantería y el engreimiento.

En nuestra dura realidad, los impuestos se aplican muchas veces sobre las actividades productivas y, por lo tanto, obtenemos menos de ello. Incluso se llega a niveles de impuestos tan altos que ciertas actividades se ven forzadas a cesar.

¿Qué tal si ponemos un impuesto, muy alto, a las dañinas propuestas de aumentar impuestos?

*Profesor de Economía, UBA; Consejo Académico, Fundación Libertad y Progreso

Los números que explican los beneficios del libre comercio

Hay frases que dicen muchas cosas. El canciller Felipe Solá dijo una de esas: “Los que piden tratados de libre comercio del Mercosur con otros países no pueden destacar un solo beneficio para el trabajo argentino. Su posición es ideológica: el libre comercio siempre será mejor por definición”.

Vamos por partes. Al demandar que se presente, aunque sea, un beneficio del libre comercio el canciller manifiesta que evalúa el tema en relación a sus consecuencias, al resultado. El libre comercio puede defenderse desde otra perspectiva: que se trata de un derecho. Tomemos a esos trabajadores argentinos que menciona en la frase. ¿Tienen derecho a disponer de su ingreso como les parezca apropiado? ¿Pueden decidir si lo van a gastar comprando a alguien del barrio, o de otra provincia, o del Uruguay, o de México, o de Noruega y Finlandia, que tanto le gustan al Presidente?

No es esa la visión del canciller, pero es la que defienden en otros ámbitos. ¿Acaso no plantean también que las personas tienen “derecho” a un cierto ingreso sin tomar en cuenta las consecuencias? Que tienen un derecho a la ayuda del Estado aunque este no tenga recursos, aunque emita para pagarlos, aunque genere más inflación que deteriora esos mismos recursos, aunque desafíe la hiperinflación. Esas parecen ser cuestiones de “derechos”, y no de consecuencias. Entonces, ¿cuándo tomamos en cuenta derechos y cuándo resultados?

Respecto a si el libre comercio siempre será mejor por definición, eso es correcto, pero no es una posición “ideológica”, que implica “sesgada”, sino una posición “científica”. Es lo que señala la ciencia económica desde que David Ricardo desarrollara la teoría de las ventajas comparativas en su famoso texto de 1817. No es una teoría que se haya mantenido inalterada, sin embargo. La “revolución” que implicó considerar al valor como algo subjetivo llevó a la reformulación de esta teoría en base al costo de oportunidad por Gottfried Haberler en 1930 y en las décadas recientes ha avanzado desde analizar las ventajas comparativas de países, a las de industrias y a las de empresas, con aportes, entre otros, de Paul Krugman, que le valieran el premio Nobel, no sus artículos en el New York Times.

Es que esa “ley” económica no es más que parte de la llamada Ley de Asociación, según la cual a cada uno de nosotros nos conviene dedicarnos a algo y luego comprar lo que necesitemos de los demás. Ya Adam Smith señalaba que no nos parecería lógico que un padre de familia intentara producir desde el alimento que le va a dar a sus hijos, pasando por su ropa, sus libros y cuadernos para el colegio hasta sus vacunas o tratamiento dental. Y lo que es razonable para una familia no deja de serlo para un “reino”.

Supongo que el Canciller querrá seguir a quienes han desafiado estas teorías, aceptadas por el 95% de los economistas según encuestas entre ellos. No hace mucho, George Mankiw, director del Departamento de Economía de Harvard, volvía a hacer referencia a esto señalando que “pocas proposiciones logran tanto consenso entre los economistas profesionales como que el comercio global abierto incrementa el crecimiento económico y los estándares de vida”.

Los países que se han abierto al comercio internacional han mejorado consistentemente su nivel de ingresos y diversificado su comercio internacional. Así, por ejemplo, los dos países con menores barreras al comercio son Singapur y Hong Kong. En el primer caso el ingreso per cápita era de 3.503 dólares en 1960, según el Banco Mundial, y ahora es $ 58.247; para Hong Kong de $3.380 a $38.781 en el mismo lapso.

Son muy distintos a Argentina, se dirá. Veamos uno un poco más parecido en cuanto a recursos, Nueva Zelanda, que está en el tercer lugar como economía más abierta. Pasó de $20.973 en 1970, cuando decidió abrir su economía, a $37.797 ahora. Australia es mucho más parecido a nosotros en cuanto a recursos disponibles, se encuentra en el puesto 17° y su ingreso per cápita pasó de $19.378 en 1960 a $ 56.842 ahora. Canadá también tiene recursos parecidos, y está en el puesto 10° de apertura comercial y con un cambio de $16.449 en 1960 a $51.391 ahora. Mientras tanto Argentina está en el puesto 71° de apertura comercial y nuestro ingreso ha crecido de $5.642 en 1960 a $10.043 en 2018.

Nótese que en el caso del país más abierto, Singapur, el ingreso per cápita se multiplicó 16,6 veces; en Hong Kong 11,4 veces; en Australia 2,93 veces; en Canadá 3,12 veces, mientras que en Argentina creció 1,78 veces en el mismo período.

Si queremos tomar algunos ejemplos más cercanos, Chile pasó de un ingreso per cápita de $4.465 en 1983 cuando comenzó a abrir su economía, a $15.130 en 2018, unas 3,38 veces. Como siempre se dirá que fue una dictadura aunque el proceso continuó y se aceleró en gobiernos posteriores. Si no es ese podemos ver el caso de Perú, que inició sus reformas en los 90s, es el primero en la región en cuanto a apertura comercial y vio crecer su ingreso de $2.589 en 1992 a $6.453 en 2018, 2,49 veces en 25 años.

¿Podrán destacarse estos resultados como los “beneficios” que el Canciller dice nadie puede mostrar? No hay ninguna ideología acá, lo que hay es teoría confirmada por los hechos. Ideología puede ser la del Canciller, que le impide ver los resultados.

Martín Krause es Dr. en Administración, fué Rector y docente de ESEADE y dirigió el Centro de Investigaciones de Instituciones y Mercados (Ciima-Eseade). Síguelo en @martinkrause

Publicado en Infobae, 7 de mayo de 2020.

El dilema moral del virus corona

Supongamos que usted tiene escondida a Ana Frank y su familia en el fondo de su casa y, de pronto, golpea la puerta un oficial de la Gestapo preguntando si hay judíos allí, ya que entienden que se han escondido en algunas casas de Amsterdam. ¿Usted qué hace?­

Éste es un ejercicio típico de cursos introductorios de ética en el cual se confrontan dos de las principales escuelas desde fines del siglo XVIII: por un lado la deontológica, asociada con Immanuel Kant, según la cual uno debe regirse por el principio que quisiera fuera una ley universal, es decir, que todos cumplieran, sin importar las consecuencias; por otro, la consecuencialista, asociada con Jeremy Bentham (aunque éste también usaba el término deontología), que precisamente señala que hay que tenerlas en cuenta, y en la que encontramos dos tipos, el consecuencialismo, o utilitarismo, de actos, y el de reglas. En el primer caso, una acción es buena si los beneficios superan a los costos; según el segundo no hay que tomar en cuenta acción por acción sino aquella norma o regla de conducta que genere más beneficios que costos.­

En el caso de Ana Frank, si usted es consecuencialista va a evaluar la situación, pero no es sencillo definir beneficios y costos: ¿para quién? ¿sólo para mí o para los Frank también? ¿para todos los judíos escondidos en Amsterdam? Y si usted es deontológico se encuentra con el difícil problema de evaluar dos principios valiosos. Por ejemplo, en este caso el valor más importante parece ser el de proteger la vida; pero también hay otro en juego que es la verdad, no mentir.­

¿Cómo elijo entre uno u otro? ¿Acaso no estaré tomando en cuenta las consecuencias de elegir proteger la vida o proteger la verdad? Entonces resulta que el deontológico termina arrinconado en las consecuencias, que inicialmente dejaba de lado. Y puede que el consecuencialista se guíe por un principio universal para evaluar cuáles son las a tener en cuenta.­

En fin, no se trata de resolver una discusión que lleva más de doscientos años y varias bibliotecas enteras, pero algo de esto parece que nos está pasando en estos tiempos de pandemia. Una gran mayoría parece estar pensando en términos deontológicos: el primer deber es proteger la vida. Por esa razón acepta todo tipo de medidas que restringen su libertad: cuarentena, aislamiento, prohibición de traslados, de viajes, de concurrir a trabajar, a eventos, etc. Todos muy kantianos, cumpliendo con el deber.­

Pero, a medida que pasan los días, las consecuencias comienzan a crecer en la consideración de muchos: no se produce, no se factura, no se pueden pagar sueldos, comenzarán a reducirse los stocks y a originarse faltantes. Y esto que empieza de a poco crecerá, tal vez no tan rápido como la misma pandemia, pero todos sabemos que lo hará. Pasa que inicialmente pensamos que no era lo importante. Y a medida que crezca nos planteará el dilema: ¿debemos seguir cumpliendo con el principio, sin importar las consecuencias? Cuidado, si no producimos nada puede haber otras muertes. ¿Qué pasaría con el apoyo a la cuarentena si las muertes, digamos, por hambre, o por la falta de otros insumos médicos, porque una enfermera no puede ir a cuidar a una señora mayor a la noche o por tantas otras cosas, superan en algún punto a las muertes por la enfermedad?­

Tal vez en ese punto, el kantiano podrá decir que proteger la vida es producir, es evitar todas esas muertes; y el consecuencialista, con otros fundamentos, podrá decir lo mismo, son mayores los beneficios de producir que sus costos.­

Por uno u otro lado, el sentido común será el consenso que se vaya generando para relajar la cuarentena y volver a trabajar. Pero volver a trabajar en serio. Sin barreras para los que quieren producir, y sin dádivas para los que no quieren. Lo cierto es que en ambos casos nos encontramos con una difícil decisión: entre un principio u otro; entre una consecuencia u otra. No tengo una respuesta. Simplemente un consejo para quien es deontológico: que mire las consecuencias: y para quien es consecuencialista: que ordene sus costos y beneficios según algún principio. Es como saltar la brecha: ¿le suena conocido?

Publicado originalmente en La Prensa, 14 de abril de 2020.