Game Over! (por JCC)

JCCCompartimos un post de Juan C. Cachanosky sobre la economía Argentina. El título habla por sí sólo. Sin una innecesaria introducción, Game Over:

Game Over (por Juan C. Cachanosky)

El pensamiento Mercantilista parece ser el más arraigado en el mundo, y en especial en Argentina. Mucho más que las ideas socialistas. Lo normal es que la gente crea que un saldo positivo del comercio internacional es bueno para el país y uno negativo es malo.

Sigue leyendo

El turno de Kicillof

Capitanich_KicillofNo comprendí el optimismo que despertó en los medios el nombramiento de Capitanich al frente de la Jefatura de Gabinete hace sólo un par de meses. Es cierto que dialogó con la prensa en estos dos meses más de lo que sus antecesores lo hicieron en los años previos. Pero la situación argentina amerita cambios de fondo, no cambios de estilo. Y esos cambios de fondo brillaron por su ausencia.

Ahora es el turno de Kicillof, que estratégicamente supo hacer silencio y dejar caer la imagen de su socio en el gobierno sin ver deprimida la propia. Pero él es el ministro de Economía, y las noticias no son buenas en la órbita que maneja: las reservas siguen cayendo, el dólar blue se volvió a disparar, la inflación no cesa, la escasez de productos es cada vez más visible y el desequilibrio fiscal no encuentra financiamiento.

La Argentina necesita cambios estructurales, pero la apuesta oficial -especialmente de la presidente- va por otro camino. Se trata de llegar al 2015 sin abandonar la línea que caracterizó al gobierno todos estos años. Bajo esa premisa, conjeturo que veremos un fracaso atrás de otro, con caras nuevas recurrentemente que intentarán lo imposible. Kicillof no podrá escapar a lo sucedido con sus antecesores. El problema central, una vez más, es el exacerbado gasto público. La teoría de las finanzas públicas nos enseña que para financiarlo hay tres instrumentos centrales. Impuestos, deuda y emisión.

En el primer caso, la presión tributaria ha ido aumentando incesantemente desde el comienzo del kirchnerismo. De poco más del 20% al final del menemismo a más del 40% en 2012. Este es un dato relevante que destaca la voracidad fiscal que ha caracterizado al gobierno argentino durante los últimos 10 años.

Algunos analistas creyeron encontrar el límite a la presión tributaria hace algunos años, pero el ingenio y la creatividad de este gobierno siempre encontró nuevas respuestas. Hoy muchos analistas dicen que no habrá más recursos por esta vía, aunque yo no lo veo tan claro. Este gobierno tiene una única meta, otra vez, que es llegar a 2015 sin cambiar la línea. No importa que paguemos un nivel de impuestos europeo o nórdico y recibamos servicios públicos africanos. Sólo importa evitar el ajuste a cualquier costo. Conjeturo entonces que la presión tributaria continuará su ascenso aunque resta definir qué sector de la población pagará el costo.

En el segundo caso, el gobierno buscará tomar deuda. Cinco o diez mil millones de dólares que refuercen las reservas harían la diferencia. En este sentido, Kicillof sólo hizo una cosa desde su llegada al nuevo rol en el gobierno. Trató de llegar a un acuerdo con Repsol tras la expropiación de YPF y viajó a Asia en busca de fondos. Muchos analistas destacan el “alto costo” de este potencial financiamiento, sin embargo, esto no será un limitante. Si alguien accede a prestarle dinero al gobierno y esto le permite evitar el ajuste antes de 2015, el gobierno avanzará “sin importar el costo”. Conjeturo entonces que el endeudamiento aumentará en estos dos últimos años de mandato.

Por último, la fuente de financiamiento que el gobierno viene utilizando y que también parece llegar a un límite es la de la emisión monetaria. La consecuente inflación ya está en boca de todos. El malestar social por la suba continua de precios es generalizado. Y muchos analistas concluyen entonces que no podrán seguir abusando de este “recurso”. Sin embargo, insisto, lo único que está en juego en este último período del kirchnerismo es evitar el ajuste. Conjeturo entonces que emitirán todo lo necesario para sostener el modelo. Las fuentes alternativas de financiamiento están agotadas, pero el gobierno se niega a creerlo. No habrá un cambio estructural de la política económica, y sólo decantará el modelo cuando los estallidos sociales impongan un límite. Ahora sólo podemos sentarnos a ver lo que la creatividad de Kicillof nos depara, pero aumentando a la vez la presión tributaria, el endeudamiento y la inflación, mientras la oposición va preparando propuestas estructurales que recién en 2015 iniciarán el cambio.

Fuente: Publicada originalmente en Infobae, martes 14 de enero de 2014.

Axel Kicillof intentará ser el “Keynes argentino” [Infobae]

KicillofLa derrota en las elecciones legislativas, las diferencias surgidas en el equipo económico, el debilitamiento del oficialismo de cara a las elecciones de 2015 y una serie de problemas en el frente monetario y cambiario presionaron al gobierno para abrir una etapa de renovación dentro del gabinete nacional. Lo que se pretende con ello es atacar tanto los problemas en el frente político como aquellos del frente económico. En el primer caso, se intentará homogeneizar el discurso, fortalecer el modelo, recuperar credibilidad en el electorado y dar algunas señales positivas de cara a las elecciones de 2015; en el segundo caso, controlar la inflación, limitar la pérdida de reservas y menguar las presiones sobre el tipo de cambio.

Nótese que no mencioné que vayan a atacar el desequilibrio fiscal, ya que esto implicaría un “ajuste“, un cambio de modelo, que no creo que esté en la agenda del gobierno.

La reaparición de la Presidente tras su licencia por enfermedad vino acompañada precisamente de un anuncio que coloca a Jorge Capitanich como jefe de Gabinete y a Axel Kicillof como nuevo ministro de Economía. Será Capitanich el encargado de trabajar el frente político, buscando consensos y trabajando en construir una unidad de cara al futuro; mientras que Kicillof –y más aún con la reciente renuncia de Guillermo Moreno– deberá presentar propuestas concretas para paliar los problemas del frente económico, o concretamente en el frente monetario y cambiario.

Un fracaso de este último en alcanzar sus objetivos incrementará la sangría de reservas e intendentes, poniendo piedras en el camino del oficialismo en continuar el modelo en 2015, cualquiera sea el candidato elegido para la sucesión; pero al mismo tiempo, dos años más de inflación y pérdida de reservas limitarán las alternativas de política económica que el gobierno que suceda a Cristina Fernández de Kirchner desee implementar a partir de 2015. Resumiendo, si Kicillof fracasa, quizás ya sea tarde para evitar una nueva crisis económica con un plan alternativo posterior.

En otro artículo en este diario resumí mis breves contactos con el joven Kicillof, cuando era un académico, profesor e investigador de la Universidad Nacional de Buenos Aires. En aquellos tiempos Kicillof estudió en profundidad a los autores clásicos, en especial a Karl Marx, y más tarde, se doctoró en economía con un profundo estudio de los Fundamentos de la teoría general de John Maynard Keynes. El pensamiento de Kicillof se encuentra entonces entre Marx y Keynes, con un debate interno que no le debe ser fácil de resolver. Piensa en los términos que aprendió de Marx -aspecto que se nota cuando habla-, pero modera su discurso a través de Keynes, a quien conoce de memoria. El socialismo para él sería deseable, aunque entiende que una transición a ese sistema es inviable en el mundo moderno. El advenimiento del socialismo será quizás una etapa más avanzada del capitalismo, pero no es algo que a él le preocupe acelerar desde su nuevo cargo. De ahí que pienso que su acercamiento a Keynes explicará mejor sus propuestas de política económica.

Como buen historiador de las doctrinas económicas, Kicillof sabe que el pensamiento de un autor debe estudiarse bajo el contexto histórico en el cual vivió. Y es curioso que el contexto en el que Keynes construyó su pensamiento revolucionario sea tan similar al que hoy caracteriza a la economía mundial. En una entrevista desarrollada hace algunos meses, Kicillof explicaba que aquella gran depresión de los años 1930, junto con la crisis global actual, son las dos peores crisis de “la etapa capitalista”. Esto llevaba a Kicillof a rechazar la idea generalizada que tenemos otros economistas de que la Argentina se ha beneficiado en los últimos diez años de un contexto internacional favorable. Para Kicillof, sin embargo, no hubo, ni habrá vientos a favor, sino vientos en contra, que hundirían a la economía argentina, si no fuera por las exitosas políticas proteccionistas que se vienen aplicando. Lo cierto es que lo dicho por Kicillof ha sido engañoso, y si bien el mundo desarrollado muestra turbulencias, él sabe que es precisamente ese contexto el que empuja a la Reserva Federal americana y al Banco Central Europeo a inyectar liquidez y elevar el precio de los commodities -como el petróleo, el trigo y la soja-, lo que claramente beneficia a la región, y también a nuestro país.

Kicillof, sin embargo, comparte con Robert Skidelsky -uno de los máximos biógrafos de John Maynard Keynes- que éste es el momento del “retorno del maestro”. Justifica con ello una serie de medidas que corrijan el capitalismo, que lo regulen, ya que sin estas medidas, el mercado sólo puede conducirnos a sucesivas crisis capitalistas.

En su tesis doctoral muestra precisamente cómo la política anticíclica keynesiana debe enfrentar una situación como la de Estados Unidos, la Unión Europea, y aun la propia de Argentina, impulsando la demanda agregada con políticas monetarias y fiscales expansivas. Esto es, más gasto público –sin importar que sea deficitario- y más expansión del crédito con tasas de interés bajas e incluso negativas -en términos reales-, lo que impulsaría simultáneamente el consumo y la inversión. El mayor error que me imagino cometerá Kicillof, sin embargo, es desatender el desequilibrio fiscal, fuente de todos los problemas argentinos de las últimas décadas, y fuente del problema real que tiene hoy la Argentina al explicar las causas de la inflación.

Imagino entonces que Kicillof tomará medidas que potencien el rol del Estado con un papel más activo que el que ya tenía, con más planes sociales redistributivos, y posiblemente -esperemos me equivoque- con nuevas expropiaciones que financien esos proyectos. Recordemos que en varias oportunidades Kicillof exclamó su deseo de “revertir el noventismo”, lo que abre una incógnita acerca de nuevas estatizaciones y un más amplio control del Estado.

Si algo tenían en común Marx y Keynes era su desconfianza en el mercado y el desprecio por la función empresarial. Kicillof dejaba ver en cada clase -y hoy se repite en sus discursos y entrevistas- ese odio a los dueños del capital. Mira con recelo los beneficios contables que las empresas logran acumular, porque no puede dejar de ver en ellas a la indebida apropiación de plusvalía por parte del capitalista, entendida como la expresión monetaria del valor que el trabajador asalariado crea por encima del salario que recibe. Esa injusticia social justifica -en su visión- la “acción” del gobierno expropiando o tomando medidas para limitar lo que para él es básicamente un robo.

Kicillof entiende el comercio como un juego de suma cero, donde lo que unos (los empresarios) ganan, es lo que otros (los asalariados o consumidores) pierden, lo que hace que tenga una enorme satisfacción en tomar medidas que reduzcan estos beneficios empresariales. Quizás no seguirá los modos de Moreno, abiertamente criticados por toda la sociedad, pero no me sorprendería que defina estrategias de inversión, o que prohíba el envío de utilidades de empresas extranjeras a sus casas matrices. Tampoco espero que permita las importaciones libres de insumos y bienes de consumo. Su discurso en el marco de la expropiación de Repsol-YPF precisamente iba en ese sentido. Él decía comprender la lógica capitalista de que una empresa tome las ganancias y las invierta donde mejores negocios encuentre, pero esto afectaba los intereses de la nación, y hubo que intervenir. Más bien, señaló que primero se le pidió a la empresa amablemente que cambie su operatoria. Luego se insistió en que reinviertan el capital en el país. Finalmente, ya hubo que actuar con la expropiación. Kicillof entiende entonces que el capital es de la Argentina y que debe responder a los intereses de la Argentina. El problema con Repsol-YPF, por un lado, fue que las propias regulaciones a la empresa le redujeron el margen de ganancia y eso implicó reducir las inversiones y reinvertir en el exterior. El problema con Kicillof, por el otro lado, es que tiene la “fatal arrogancia” de creer que él sabe definir concretamente cuáles son esos intereses colectivos, mucho mejor que los millones de planificadores empresarios que tenemos en el país. En pocas palabras, para Kicillof los fines colectivos están por encima de los fines individuales, y si hay que sacrificar a una serie de empresas o a un grupo de empresarios para ayudar al sostenimiento del modelo, no le temblará el pulso en hacerlo.

Lo mismo se puede decir del tan mencionado desdoblamiento cambiario. Si debe encarecerse el turismo argentino en el exterior, no habrá problemas en hacerlo. Después de todo, que las divisas queden en el país respaldando el dinero local es una función social que está por encima de la libertad individual.

En los papeles Kicillof no puede más que profundizar el modelo. Sin embargo, hay que advertir que si bien cuenta con el respaldo de la Presidente para ejecutar políticas, el oficialismo hoy se encuentra debilitado. Recordemos que en la primera jornada post-nombramiento, el mercado respondió muy mal, con una fuerte baja en la Bolsa porteña. El oficialismo ha perdido mayoría en el Congreso y la sociedad está expectante de no sufrir una nueva crisis como aquella de 2001.

Kicillof será muy claro en sus próximos discursos, y empezará a delinear la política económica del gobierno para los próximos dos años. Pero la claridad que posee Kicillof al explicar sus ideas no evitará las consecuencias indeseadas de ellas.

Mi impresión es que la Presidente ha cometido quizás su mayor error en su “encandilamiento” con Kicillof. La expropiación a Repsol fue un error, pero la implementación de este proceso fue aun más grave que la propia expropiación. Hoy la Argentina aún debe resolver la disputa con la empresa, pero además debe gastar millones de dólares en la importación de gas y combustible que en otro contexto podía producirse en el país.

Cristina Fernández de Kirchner decidió desatender las expectativas del electorado y profundizar un modelo agotado. Todo lo dicho me lleva a confirmar lo mencionado al cierre de la nota anterior. Conjeturo que el desenlace de este modelo no será muy diferente del tan criticado noventismo.

Publicado originalmente en Infobae, miércoles 20 de noviembre de 2013.