Obama duda. No sabe si escuchar a Krugman o al sentido común. Mi sensación es que tiene más dudas que Fernando de la Rúa. Se que esta es una afirmación fuerte, pero creo que puedo sustentarlo.
Fernando de la Rúa fue el presidente argentino que debió enfrentar la crisis económica iniciada en el tercer trimestre de 1998, luego de ganar las elecciones de 1999. Su programa prometía continuar con la convertibilidad peso-dólar y avanzar en un plan de recortes fiscales que habían causado la crisis. Para esto último es que nombró a Ricardo López Murphy como Ministro de Economía. Pero lo cierto es que al primer intento por reducir el gasto, comenzaron las manifestaciones, y de la Rúa decidió retroceder, aceptar la renuncia de López Murphy y colocar en su lugar a Domingo Cavallo, quien explicaba que el problema no era el déficit, sino la competitividad. Cada paso que se dio desde aquel día, fue recibida por el mercado con mayor desconfianza, lo cual agravó la situación y terminó con una crisis política y económica mayor. Las «dudas de de la Rúa» ya son palabra tomadas con humor en Argentina.
Las últimas elecciones presidenciales en Estados Unidos nos enseñaron a los latinoamericanos la enorme diferencia que hay en la calidad de la política de uno y otros países. En Estados Unidos cada candidato se presentó con un programa, y tuvo que defenderlo ante los otros candidatos. Se discutieron muchos temas, y Obama emergió como el candidato que mejor representaba la voluntad del pueblo americano, en el sentido de terminar con la guerra, lo cual a su vez reduciría los gastos, una de las principales preocupaciones. Si algo mostró Obama en aquellos debates fue el convencimiento de que sabía como resolver los problemas de Estados Unidos.
Al asumir Obama, sin embargo, comprendió que la guerra no podía terminar. Al contrario, mantuvo la guerra contra Bin Laden, a quien finalmente asesinó hace unos meses.
Por el lado económico, Paul Krugman le sugirió no escuchar a aquellos que hablaban de la necesidad de un ajuste fiscal ante la crisis. Incluso, Obama llegó a afirmar que existía un consenso de que el gobierno debía hacer algo, a través de un plan de recuperación, para estimular la economía, lo cual generó un desconcierto entre académicos y una lógica respuesta a través de una carta firmada por cientos de ellos diciendo que lo dicho «no es cierto».
Paul Krugman juega en esta historia un rol único. Primero, por haber sugerido, ante la crisis de las dot-com de 2001, que el gobierno debía crear una burbuja inmobiliaria que reemplace a la bursátil. La solución lógicamente era de corto plazo. Y así fue. Estados Unidos experimentó otra crisis mayor en 2008, luego de escuchar precisamente las palabras del premio Nobel.
Ante la crisis de 2008, Krugman jamás hizo referencia a aquellas palabras, y por el contrario, salió a pedir que el gobierno gaste, al mismo tiempo que solicita a la Reserva Federal que inunde el mercado con crédito barato. El gobierno le hizo caso y la Fed también.
Muchos analistas venimos señalando desde 2001 que fueron el gobierno y la Reserva Federal, y no el mercado, ni la globalización, los responsables de esta crisis. De hecho, Krugman es uno de los máximos responsables de la caótica situación actual americana.
Ante esta situación Obama duda. Siempre creyó en el mito keynesiano. Y avanzó en el sentido propuesto por Krugman hasta que encontró un límite legal. La deuda alcanzó el límite permitido y de continuar así, terminaría con el default.
Los republicanos le dieron la posibilidad de terminar su mandato sin grandes cambios. La reforma fiscal no sólo no reduce el gasto, sino que le permite que crezca -pero a niveles menores de lo planeado. Lo cierto es que en 2013 la deuda pública americana ya habrá superado el 100 % del PIB, y habrá alcanzado el nuevo límite.
Krugman escribe entonces un artículo categóricamente crítico de Obama. Dice Krugman:
«Empecemos por la economía. En este momento, el país atraviesa una profunda depresión. Es casi seguro que la economía seguirá fuertemente deprimida durante todo el año que viene. Y es muy probable que la depresión continúe también durante 2013, o incluso más allá.»
«Lo peor que se puede hacer en una coyuntura como ésta es recortar el gasto público, porque sólo deprimirá la economía aún más. No escuchen a esos que invocan al hada de la confianza de los mercados, que aseguran que las enérgicas medidas presupuestarias transmitirán tranquilidad a los inversores y los consumidores y lograrán que gasten más. Las cosas no funcionan así: está demostrado por numerosos estudios de los registros históricos.»
Y luego analiza el lado político:
«Y después están los términos del arreglo, que equivalen a una abyecta rendición por parte del presidente Obama. Primero, habrá enormes recortes del gasto público, sin aumentos de los ingresos. Luego un panel recomendará futuras reducciones del déficit, y si esas recomendaciones son aceptadas, habrá otros recortes del gasto.»
«¿Tenía el presidente alguna alternativa esta vez? Sí. Para empezar, podría y debería haber pedido un aumento del techo de endeudamiento allá en diciembre pasado.»
«¿Pero endurecer su postura no hubiese provocado preocupación en los mercados? Probablemente no. De hecho, si yo fuera un inversionista y viera que el presidente está dispuesto y es capaz de plantarse ante la extorsión de la extrema derecha, me sentiría más tranquilo, y no más preocupado. En cambio, Obama eligió mostrar lo contrario.»
Nótese que Krugman llama «extrema derecha» a los hombres sensatos que solicitan poner un límite al aumento de gasto y al incremento de la deuda. Nótese que Krugman denuncia estos límite como «enormes recortes de gasto público», cuando en realidad se le está pidiendo a Obama que siga aumentando el gasto pero a niveles menos acelerados.
Krugman nos llevó a esta situación. Pero jamás lo reconocerá. Obama le hizo caso, y desarrolló el mayor paquete de gasto del que se tenga memoria en estos dos años. El mercado, sin embargo, no reacciona. Al contrario, aun con los estímulos la economía vuelve a mostrar un desempleo en ascenso. Krugman pide entonces más gasto, más liquidez, como lo hubiera hecho el propio Keynes si pudiera aconsejar a Obama en estos días. Si Krugman fuera escuchado nuevamente, Estados Unidos quebraría, el dólar se depreciaría en forma enormemente acelerada y el mundo sería un infierno.
Obama duda. Ya no puede hacer lo que le pide Krugman, aunque éste insista en que viole la constitución y se niegue a escuchar a los otros poderes.
Obama sigue dudando, y ya no sabe a quién escuchar. Entiende, creo, que el gasto y la deuda son un problema. Pero si pudiera, pienso que avanzaría en el plan de Krugman.
Puras inconsistencias. Me recuerda a De la Rúa. Esto no puede terminar bien.