Rolando Astarita publicó un post en su blog donde expuso el siguiente gráfico que sintetiza el gasto militar en relación al PBI de Estados Unidos en el período 1949-2015. Desde luego su análisis puede ser de interés del lector, aunque en mi caso, el gráfico me disparó otra pregunta, sobre la que ya he trabajado hace algún tiempo.
¿Es Estados Unidos un «imperialista benevolente»?
En una reseña crítica que escribí sobre el libro de Eduardo Galeano, Las Venas Abiertas de América Latina, dediqué una tercera parte sobre esta cuestión que quizás puede disparar algunas reflexiones en los lectores y generar un diálogo constructivo. Aquí abajo copio el acceso el artículo completo. Abajo copio los extractos relevantes, que están en la tercera parte.
Caminos Abiertos para América Latina, Caminos de la Libertad No. 8, México, 2014.
3. El análisis político, las instituciones y el principio de no intervención
[…] El segundo punto tiene que ver con la guerra, las fuerzas armadas y, en términos más generales, la política exterior. Al respecto, George Washington decía en 1796, en ejercicio de la Presidencia de la nación, que “[e]stablecimientos militares desmesurados constituyen malos auspicios para la libertad bajo cualquier forma de gobierno y deben ser considerados como particularmente hostiles a la libertad republicana”. En el mismo sentido, Madison anticipó que “[e]l ejército con un Ejecutivo sobredimensionado no será por mucho un compañero seguro para la libertad” (citados por Benegas Lynch, 2008, pág. 39).
Durante mucho tiempo el gobierno de Estados Unidos fue reticente a involucrarse en las guerras a las que fue invitado. Robert Lefevre (1954/1972, pág. 17) escribe que entre 1804 y 1815 los franceses y los ingleses insistieron infructuosamente para que Estados Unidos se involucrara en las Guerras Napoleónicas; lo mismo ocurrió en 1821, cuando los griegos invitaron al gobierno estadounidense a que envíe fuerzas en las guerras de independencia; en 1828 Estados Unidos se mantuvo fuera de las guerras turcas; lo mismo sucedió a raíz de las trifulcas austríacas de 1848, la Guerra de Crimea en 1866, las escaramuzas de Prusia en 1870, la Guerra Chino-Japonesa de 1894, la Guerra de los Bóeres en 1899, la invasión de Manchuria por parte de los rusos y el conflicto ruso-japonés de 1903, en todos los casos, a pesar de pedidos expresos para tomar cartas en las contiendas.
[…]
3.2. El comienzo de la declinación
El abandono del legado de los padres fundadores comienza a darse con el inicio de la Primera Guerra Mundial. No solo comienza un abandono de la política exterior de no intervención, sino que también se observa un estado creciente, más intervencionista y un paulatino abandono del patrón oro y del federalismo. El poder ejecutivo comenzó a ejercer poco a poco una creciente autonomía, y a pesar de las provisiones constitucionales en contrario opera con una clara preeminencia sobre el resto de los poderes, avasallando las facultades de los estados miembros.
Lefevre escribe que desde la Primera Guerra Mundial en adelante “la propaganda ha conducido a aceptar que nuestra misión histórica [la estadounidense] en la vida no consiste en retener nuestra integridad y nuestra independencia y, en su lugar, intervenir en todos los conflictos potenciales, de modo que con nuestros dólares y nuestros hijos podemos alinear al mundo (…) La libertad individual sobre la que este país fue fundado y que constituye la parte medular del corazón de cada americano [estadounidense] está en completa oposición con cualquier concepción de un imperio mundial, conquista mundial o incluso intervención mundial (…) En América [del Norte] el individuo es el fundamento y el gobierno un mero instrumento para preservar la libertad individual y las guerras son algo abominable. (…) ¿Nuestras relaciones con otras naciones serían mejores o peores si repentinamente decidiéramos ocuparnos de lo que nos concierne?” (Lefevre, 1954/1972, págs. 18-19).
A partir de las dos guerras mundiales y la gran depresión de los años treinta se nota un quiebre en la política internacional americana respecto de su política exterior. De ser el máximo opositor a la política imperialista, pasó a crear el imperio más grande del siglo XX. Pero no se trató solo de la política exterior. Robert Higgs (1989) desarrolló su teoría del efecto trinquete (o “ratchet effect”) para mostrar que cada vez que el gobierno crece a través de una guerra o crisis, la disminución de los gastos después de la guerra no es suficiente para hacer que el nivel de gasto básico retorne al nivel previo (Ravier y Bolaños, 2013, pág. 66). Esto significa que introducirse en conflictos bélicos no solo llevó a Estados Unidos a abandonar el principio de no intervención, sino que también lo llevó a abandonar el gobierno limitado, y su significativa carga tributaria sobre la economía de mercado.
De ahí que Galeano (1971, pág. 309) guarde plena razón cuando critica la política proteccionista norteamericana: “Del mismo modo que desalientan fuera de fronteras la actividad del estado, mientras dentro de fronteras el estado norteamericano protege a los monopolios mediante un vasto sistema de subsidios y precios privilegiados, los Estados Unidos practican también un agresivo proteccionismo con tarifas altas y restricciones rigurosas, en su comercio exterior.”
Y es que se trata de un paquete. Si Estados Unidos abandona el principio de no intervención y decide participar activamente en los conflictos bélicos, entonces no puede depender de la importación de alimentos para abastecer el consumo local. No hay un argumento económico para los subsidios, sino un argumento político, fundado esencialmente en la política imperialista.
A partir de allí ya no hubo retorno. Alberto Benegas Lynch (h) (2008) es muy gráfico al enumerar las intromisiones militares en el siglo XX en que Estados Unidos se vio envuelto, las que incluye a Nicaragua, Honduras, Guatemala, Colombia, Panamá, República Dominicana, Haití, Irán, Corea, Vietnam, Somalia Bosnia, Serbia-Kosovo, Iraq y Afganistán. Esto generó en todos los casos los efectos exactamente opuestos a los declamados, pero, como queda dicho, durante la administración del segundo Bush, la idea imperial parece haberse exacerbado en grados nunca vistos en ese país, aún tomando en cuenta el establecimiento anterior de bases militares en distintos puntos del planeta, ayuda militar como en los casos de Grecia y Turquía o intromisiones encubiertas a través de la CIA.
Poco a poco Estados Unidos fue copiando el modelo español. Copió su proteccionismo, luego su política imperialista, y ahora hacia comienzos del siglo XXI su estado de bienestar, el que ya deja al gobierno norteamericano con un estado gigantesco, déficits públicos récord y una deuda que supera el 100% del PIB (Ravier y Lewin, 2012).
El estudio de William Graham Sumner (1899/1951, págs. 139-173) nos es de suma utilidad al comparar el imperialismo español con el actual norteamericano, aun cuando sorpresivamente su escrito tiene ya varias décadas: “España fue el primero (…) de los imperialismos modernos. Los Estados Unidos, por su origen histórico, y por sus principios constituye el representante mayor de la rebelión y la reacción contra ese tipo de estado. Intento mostrar que, por la línea de acción que ahora se nos propone, que denominamos de expansión y de imperialismo, estamos tirando
por la borda algunos de los elementos más importantes del símbolo de América [del Norte] y estamos adoptando algunos de los elementos más importantes de los símbolos de España. Hemos derrotado a España en el conflicto militar, pero estamos rindiéndonos al conquistado en el terreno de las ideas y políticas. El expansionismo y el imperialismo no son más que la vieja filosofía nacional que ha conducido a España donde ahora se encuentra. Esas filosofías se dirigen a la vanidad nacional y a la codicia nacional. Resultan seductoras, especialmente a primera vista y al juicio más superficial y, por ende, no puede negarse que son muy fuertes en cuanto al efecto popular. Son ilusiones y nos conducirán a la ruina, a menos que tengamos la cabeza fría como para resistirlas.”
Y más adelante agrega (1899/1951, págs. 140-151): “Si creemos en la libertad como un principio americano [estadounidense] ¿por qué no lo adoptamos? ¿Por qué lo vamos a abandonar para aceptar la política española de dominación y regulación?”