Novela dentro de la novela – Por Alberto Benegas Lynch (h)

ABLEl último escrito de Valdimir Nabokov fue El original de Laura que no pudo completar antes de morir y le pidió a su mujer que quemara el manuscrito, lo cual no se atrevió a hacer cuando se produjo el desenlace fatal y, en cambio, delegó en su hijo la faena, quien tampoco procedió en consecuencia y lo publicó reproduciendo las fichas que conservaba su padre bajo el argumento de la conjetura que su progenitor procedió como Kafka con Max Brod. Una extraña psicología que suponía que el encargo no se llevaría a cabo debido a que la persona indicada no tendría el coraje de incendiar, en este último caso, las tres obras encomendadas para las llamas. Situaciones en realidad sumamente extrañas desde la perspectiva psicológica: querer y no querer al mismo tiempo, ¿piromaniacos o bomberos? Si en verdad hubo autores que querían deshacerse de sus manuscritos ¿por qué no los destruyeron ellos mismos?

En realidad, el caso de Kafka no es el mismo que el de Nabokov puesto que en el primer caso el autor ya había completado las obras, mientras que en el segundo la indicación consistía en que el destino debía ser el fuego siempre y cuando la novela quedara inconclusa por su muerte (debida a un virus intrahospitalario que contrajo en una internación). De todos modos, queda el galimatías para eventualmente ser descifrado por psicólogos.

La referida novela póstuma e inconclusa de Nabokov consiste en una novela dentro de otra novela, una construcción también borgeana de bastante atractivo. Pero no es a esta narrativa a la que quiero aludir en esta nota sino a su formidable Curso de literatura rusa (sus clases en la Universidad de Cornell) que junto con Pensadores rusos de Isaiah Berlin estimo es lo mejor sobre la materia.

También en el curso de Nabokov hay “una novela dentro de una novela” en sentido figurado puesto que al dirigirse a los alumnos, describir autores y pensamientos varios, deja testimonio de su rechazo radical a los sistemas totalitarios. Sin duda no es el único escritor ruso que ha renegado con vehemencia de los sistemas donde prima la fuerza bruta y, por tanto, la negación de los derechos individuales. Lo han hecho de diferentes modos y en diferentes épocas, pero siempre con gran calado, Mandelstam, Herzen, Dostoyevski, Sakharov, Bukouvsky, Tolstoy, Solzhenistyn, Chéjov y tantos otros; unos contra el terror blanco, otros contra el terror rojo y ahora contra el estado gangsteril. En el caso de Tolstoy está implícito en sus célebres novelas, excepto en el segundo epílogo de La guerra y la paz donde se explicita pero muchos más expuestas sus ideas en Confessions y en The Kingdom of God is Within You.

Es largo de explicar pero Tolstoy siendo un muy aguerrido opositor a toda manifestación de poder político en una forma sumamente didáctica y enfática, se inclinaba por rechazar la institución de la propiedad con lo que su tesis necesariamente se derrumbaría. Consideraba que la propiedad derivaba de un inaceptable privilegio otorgado por los gobiernos sin percatarse del rol fundamental de esa institución en el contexto de su origen en el trabajo (véase Locke, Nozick y Kirzner en ese orden). Es que en verdad, en su país, en gran medida, efectivamente la propiedad la daba y la quitaba el poder político (hoy sigue igual en Rusia y en otros lares). Esta incongruencia no fue óbice para los magníficos razonamientos de Tolstoy que no son ni remotamente el caso del marxismo, inconsistencia aquella que no tuvieron autores como Dostoyevski sobre quien se conjetura influyeron los dos becados por Catalina la Grande a la cátedra de Adam Smith en Glasgow (Iván Tretyyakov y Seymon Desnitsky).

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