El subtítulo de uno de los libros de Fernando Savater reza se este modo: “sobre el gozo de leer y el riesgo de pensar”. Magnífico resumen de la parte más sustanciosa de la vida a la que no todos le sacan debido provecho. Como escribía Gothe “al leer uno no solo se informa sino, sobre todo, se transforma”. La lectura tiene la gran virtud de ejercitar la imaginación y, por ende, estimula el espíritu creativo, a diferencia, por ejemplo, de las incursiones televisivas que imponen el ritmo y dan servida la imagen. La lectura de obras de peso conducen al buen pensamiento, a lo que algunos le escapan o por desidia o por miedo al cambio que suele hacer crujir por dentro al lector.
En todo caso, en esta nota periodística me voy a referir a un personaje suculento que era un gran lector y, por tanto, de un gran pensador: Arthur Koesler, como se sabe, a su vez un gran escritor: su Autobiografía en dos tomos, sus célebres colecciones de ensayos, especialmente En busca de lo absoluto (que contiene la muy meditada crítica a Ghandi, sus reflexiones sobre el materialismo, el concepto de la teoría, entre otros), The Art of Creation (sobre la risa, el proceso de descubrimiento, aprender a pensar, la evolución de las ideas, las emociones y otros temas relevantes) y sus muy difundidas novelas El cero y el infinito y Darkness at Noon , las dos severas reprimendas al comunismo del cual él formó parte y abandonó espantado por las horrendas crueldades del sistema. En realidad hay quienes opinan que no son estrictamente novelas sino más bien ensayos de denuncia, como Koestler mismo confiesa en su antes referida autobiografía: “Arruiné la mayor parte de mis novelas por mi manía de defender en ellas una causa; sabía que un artista no debe exhortar ni pronunciar sermones pero seguía exhortando y pronunciando sermones”.

Apunto aquí una digresión respecto a esta última cita de Koestler cuya conclusión, si bien la más difundida entre los escritores, no es compartida por todas las grandes plumas. Menciono tres ejemplos. T.S. Elliot se pregunta “¿Es que la cultura requiere que hagamos un esfuerzo deliberado para borrar todas nuestra convicciones y creencias sobre la vida cuando nos sentamos a leer poesía? Si es así tanto peor para la cultura”. A su vez, Giovanni Papini sostiene que “El artista obra impulsado por la necesidad de expresar sus pensamientos, de representar sus visiones, de dar forma a sus fantasmas, de fijar algunas notas de música que le atraviesan el alma, de desahogar sus desazones y sus angustias y -cuando se trata de grandes artistas- por el anhelo de ayudar a los demás hombres, de conducirlos hacia el bien y hacia la verdad, de transformar sus sentimientos, mejorándolos, de purificar sus pasiones más bajas y exaltar aquellas que nos alejan de las bestias”. Y, por su parte, Victoria Ocampo concluye que “El arte de bien elegir y de bien disponer las palabras, indispensable en el dominio de la literatura, es, a mi juicio, un medio y no un fin […] No veo en realidad por qué cuando leo poesía, como cuando leo teología, un tratado de moral, un drama, una novela, lo que sea, tendría que dejar a la entrada -cual paraguas en un museo- una parte importante de mi misma, a fin de mejor entregarme a las delicias de la lectura”.