
Hay momentos donde escribir sobre una cosa o la otra queda chico.
Podríamos escribir sobre la última resolución de la Corte de EEUU, sobre los salvajes saqueos en EEUU y sobre la destrucción de monumentos históricos, podríamos escribir sobre lo que pasó con FASTA, podríamos escribir una vez más contra los psicópatas como Berni que te muestran lo que significa el poder ilimitado del estado, podríamos advertir una vez más contra la alienación colectiva producida por el pánico causado a su vez por…. (Uy no, cuidado, no seamos «conspiranoides»); podríamos una vez más distinguir entre «caso» y «enfermedad» (uy no, cuidado, no seas negacionista); podríamos una vez más advertir contra la eliminación de las más elementales libertades individuales (uy cuidado, no seas «liberal dogmático»), etc etc etc……………………
Pero la verdad todo encaja en un solo diagnóstico: la caída de la Civilización Occidental.
No digo que ya cayó o que todo está perdido. Esta vez no voy a escribir desde mi pesimismo. Sí, the future is open, mañana todo puede renacer pero….. El presente no es alagueño.
Y podríamos escribir desde el pasado. Un pasado marcado por el escepticismo post-moderno, una de las enfermedades más graves de Occidente, producto del rechazo, incomprensión e ignorancia de la más valiosa tradición metafísica Occidental, donde los extremos archi-enemigos, el positivismo cientificista y muchos intérpretes de Heidegger tienen mucho que ver, y mucha responsabilidad intelectual en lo que está sucediendo. Ambos extremos colaboraron en la creencia de que Occidente no es más que un relato al lado de otros, coherente como mucho, pero incapaz de defender la verdad de sus valores más preciados, entre los cuales está una sociedad libre donde ellos pudieron pensar y escribir.
Esos «intelectuales» han educado durante décadas a millones de pobres jóvenes cerebros a los cuales les ha quedado más cerebro reptil que materia gris, que ahora como nuevos bárbaros destruyen y agreden todo lo que encuentran a su paso como termitas eficientes y mono-neuronales. A lo cual se suma el siglo y medio de prédica marxista, no precisamente post-moderna, ante la cual casi todos, excepto unos pocos liberales clásicos, han carecido totalmente de vacunas, ahora que se piensa que la muerte está en un virus, y no en ideas que impiden vivir pero que exhortan a sobrevivir indignamente en los Soviets que han sabido construir desde hace ya más de 150 vergonzosos años.
Un marxismo que hace con el post-modernismo una alianza táctica espantosa con la cual logra convencer a todo el mundo que la defensa de los débiles, de los pobres, de las minorías y del medio ambiente implica la muerte de la única civilización, la Occidental, de la cual nace la única defensa que tuvieron los eternos siervos de la gleba: el liberalismo clásico, magníficamente caracterizado por Mises:
«…ese gran movimiento político y económico que desterró los métodos pre-capitalistas de producción, implantando la economía de mercado y de libre empresa; que barrió al absolutismo real y oligárquico, instaurando el gobierno representativo; que liberó a las masas, suprimiendo la esclavitud, las servidumbres personales y demás sistemas opresivos»
Pero no, ¿qué he dicho? ¿Mises? Ah no, pecado mortal, dicen muchos cristianos y sobre todo católicos, que no tienen problema en dialogar con Hegel, con Heidegger, con Marx, por supuesto, pero no vaya a ser que lean una línea de Escuela Austríaca de Economía porque se van al infierno. Pues bien, allí se fueron: crearon la liberación de la Teología, perdón, la Teología marxista de la liberación, pervirtieron a miles de obispos y millones de sacerdotes y laicos, que convirtieron a los firmes muros de la Iglesia en puertas abiertas para el horrible espectáculo de una iglesia humana, demasiado humana, colaborando con la destrucción. Sí, la Iglesia, con mayúsculas, el Cuerpo Místico de Cristo, es otra cosa, es indefectible, pero su último defensor, Benedicto XVI, difamado desde el principio por obispos marxistas en una diabólica venganza, tuvo que renunciar, y ahora más que nunca la barca de Pedro navega en aguas borrascosas pero Cristo no responde, Él sabrá por qué, a los gritos de sus discípulos asustados, lanzados desde el ostracismo, fuera de donde ya sabemos.
Así las cosas, gente, asistimos a una circunstancia histórica desafiante. Occidente muere bajo la septicemia de una infección que él mismo engendró. Sus monumentos derribados son un símbolo terrible. Sí, puede renacer. Pero mientras tanto la Marabunta avanza, con todos en casa, porque está prohibido ir a trabajar, pero está permitido ir a destruir.
Impecable la clarividente reflexión del filósofo, con la que coincido letra por letra.
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