Prólogo del Dr. Alberto Benegas Lynch (h) al libro El Rostro Humano del Capitalismo Global

*Este libro, y también el prólogo que se comparte abajo, fue publicado en 2018 por Unión Editorial.

Se cuenta que en un desfile militar con gran despliegue de tanques, misiles y otros instrumentos de destrucción, uno de los espectadores inquirió que significaba la incorporación a la marcha de un grupo de hombres en traje gris, a lo que le respondieron “son economistas, no sabe el daño de que son capaces”.

Como ha dicho Hayek en oportunidad de recibir el premio Nobel de economía “Tenemos en verdad pocas razones para estar satisfechos: como profesión, hemos embrollado las cosas”. Es desafortunado que hasta el momento la enorme mayoría de nuestros colegas se han plegado a tradiciones de pensamiento que distan mucho de recoger las contribuciones científicas de mayor profundidad, lo cual, de hecho, se encamina al estrangulamiento de las libertades individuales y, consecuentemente, a una mayor pobreza moral y material.

Adrián Ravier se destaca nítidamente por su rigor académico y su adhesión a los grandes maestros de la economía con una pluma  muy bien lograda, una prosa pausada y masticada con detenimiento, sin recurrir a adjetivos calificativos innecesarios pero con argumentos contundentes. Un estudioso siempre atento a nuevos aportes al efecto de filtrarlos y digerirlos con atención puesto que el conocimiento tiene la característica de la provisionalidad abierto a posibles refutaciones (para recurrir a la enseñanza medular popperiana).

Hemos participado juntos en seminarios y otras actividades académicas y todos los que escucharon sus palabras pudieron apreciar sus dotes de un orador medido y cuidadoso en busca de la excelencia, cualidades que no quitan su severidad en los juicios y conclusiones que estima responden a lo que entiende son proposiciones verdaderas hasta que no se pruebe lo contrario. La frondosa bibliografía de la que dispone hace de invalorable apoyo logístico a sus audiencias, compartan o no lo que se está manifestando.

En lo personal, debo subrayar su don de gentes y su calidad humana, en todos los casos dispuesto a escuchar y a practicar la gimnasia de ponerse en la posición del interlocutor. A pesar de sus notables conocimientos adquiridos con perseverancia y trabajo intelectual metódico es, como los grandes, modesto y detesta la arrogancia y la soberbia.

También como ha consignado Hayek, el economista que solo se queda en la economía será un estorbo cuando no un peligro público. Ludwig von Mises también destacaba la necesidad de que el economista complete su formación con estudios sobre el derecho, la historia y la epistemología. Es eso precisamente lo que ha llevado a cabo Ravier y una prueba de ello son sus formidables ensayos que a continuación se exponen en el libro que ahora tengo la satisfacción de prologar.

Como es sabido, prólogo proviene del prefijo griego pro (antes) y de logos que en esa lengua significa discurso, esto es, antes del discurso pero no es cuestión de adelantar lo que se dirá en el discurso propiamente dicho puesto que se desnaturalizaría el prólogo. En cambio, me referiré brevemente a algunas observaciones complementarias que pueden resultar de interés.

Tres son los ensayos que componen esta obra: un estudio sobre el libro más difundido de Eduardo Galeano, reflexiones sobre la historia constitucional desde Hobbes a Buchanan y consideraciones varias sobre la pobreza y la desigualdad de resultados.

En relación al primer ensayo, me adelanto a declarar mi admiración por la forma en que escribía Galeano. Como he consignado en otra oportunidad, su manejo de la lengua es magistral, es como si estuviera redactando una poesía permanentemente con una cadencia que conmueve al lector más desprevenido. Ahora bien, su incomprensión de lo que significa una sociedad abierta es manifiesta y superlativa como también he puesto de manifiesto en otro de mis escritos.

Me detengo en un punto que se describe en el epígrafe con que abre su trabajo Ravier y es lo que podría bautizar como “el síndrome Tolstói” y es el pensar que el sistema de la propiedad privada puede asimilarse a los bienes poseídos por la nobleza como consecuencia de privilegios de todo tipo. Si uno lee los ensayos de Tolstói después de publicadas sus novelas más conocidas, uno se percata que era un gran liberal ya que constantemente demuestra su aversión por el poder político y su comprensión del valor de las autonomías individuales, pero henos aquí que era comunista puesto que, como queda dicho, creía que la propiedad procedía del privilegio y no de la capacidad de cada cual para servir a su prójimo. En todo caso, podemos asimilar la idea de Tolstói a los empresarios prebendarios que con su alianza con el poder de turno explotan a la gente a través de precios más elevados, calidad inferior o las dos cosas al unísono. (Al margen decimos que Dostoievski -nacido siete años después que Tolstói- tenía una comprensión bastante acabada de la economía lo cual se conjetura fue como consecuencia de su lectura de dos rusos becados por Catalina la Grande a la cátedra de Adam Smith en Glasgow en 1761 cuando el escocés había completado su primera obra y estaba trabajando en la segunda).

Ravier cita el ejemplo sugerido por Leonard Read en cuanto al problema del conocimiento que está fraccionado y disperso entre millones de personas que al actuar en su interés personal generan resultados más allá de sus capacidades (a veces conocimiento tácito como diría Michael Polanyi, es decir, habilidades que no pueden articularse por el propio conocedor de la faena en cuestión). Y este proceso se coordina a través del sistema de precios que cuando es adulterado por intervenciones gubernamentales, se producen faltantes y desajustes de diversa naturaleza que, como sabemos, si se decide abolir la propiedad privada, el sistema colapsa puesto que no hay contabilidad ni posibilidad de evaluación de proyectos.

También Ravier se detiene en este meduloso escudriñar en la obra más difundida de Galeano en el modelo de competencia perfecta en el que uno de los supuestos consiste en el conocimiento perfecto de los factores relevantes, con lo que, como se ha puesto de manifiesto en repetidas ocasiones, desaparece la figura del empresario, desaparece la misma competencia, el arbitraje y la existencia del dinero puesto que en este supuesto no habría imprevistos con lo cual toda la estructura económica se derrumbaría.

Hacia el final de sus días, Galeano manifestó que no estaba conforme con lo escrito en Las venas abiertas de América Latina a lo que agregó varias observaciones personales como que en vista de ello se “cayó del mundo” y no sabe “por qué puerta entrarle”. A raíz de ello volví a escribir sobre ese autor en una de mis columnas semanales hace un par de años, esta vez en mi “Carta abierta a Eduardo Galeano” en base a lo cual amigos comunes se comunicaron con él para sugerir un debate conmigo en Montevideo, invitación a la que respondió que prefería dejarlo para más adelante puesto que no estaba bien de salud. Pensamos que se trataba de un amable pretexto… pero al poco tiempo, murió.

El segundo ensayo de este libro para el que hago este introito telegráfico, alude principal aunque no exclusivamente al delicado asunto de la democracia o, mejor dicho, al desbarranque de lo que los Giovanni Sartori de nuestra época han entendido por democracia para en gran medida convertirla en mera cleptocracia, es decir, gobiernos de ladrones de libertades, propiedades y sueños de vida.

Actualmente hay varios trabajos en los que al percatarse los autores del antedicho problema, han propuesto medidas concretas para limitar a ambas Cámaras en el Legislativo, medidas para facilitar al máximo los procesos de arbitraje privado en el contexto de la justicia, y la lectura de un pasaje de la obra más conocida de Montesquieu aplicada al Ejecutivo apunta que “El sufragio por sorteo está en la índole de la democracia” lo cual incentivaría a la gente a ocuparse de resguardar sus vidas y haciendas que es precisamente lo que se necesita para fortalecer las instituciones y no estar pendiente de nombres propios que son del todo irrelevantes para preservar sus libertades.

También han surgido propuestas para limitar el gasto público, prohibir el déficit presupuestario y el endeudamiento estatal refutando las ideas de supuestas ventajas intergeneracionales en el contexto de aquella contradicción en términos denominada “inversión pública”, la eliminación de la banca central, la implantación de un genuino federalismo fiscal y eliminar los impuestos directos al efecto de beneficiar especialmente a los más pobres, dado que sus salarios dependen exclusivamente de las tasas de capitalización, tal como lo sugería Juan Bautista Alberdi entre los argentinos y los Padres Fundadores en Estados Unidos. Por último, en su momento he propuesto acoplar a lo dicho la reconsideración de la idea del Triunvirato discutido en base a muy fértiles argumentaciones en la Asamblea Constituyente estadounidense para evitar caudillismos y otras conductas que se parecen más a una monarquía.

Puede discreparse con las políticas aquí mencionadas, pero lo que no puede es quedarse con los brazos cruzados esperando un milagro cuando a ojos vista en todos lados el Leviatán está carcomiendo los derechos de las personas que obstaculiza la realización de sus proyectos de vida que no lesionan iguales derechos de otros en una precipitada barranca abajo y, paradójicamente, “en nombre de la democracia”.

El denominado “constitucionalismo popular” se ha transformado en un listado de pseudo derechos a contracorriente de la tradición que comenzó a esbozarse con los Fueros de León de 1188 y con la Carta Magna de 1215, cuyos objetos estribaban en el establecimiento de vallas al poder.

Por último, en este segundo ensayo, el autor considera la trascendencia de la libertad de prensa. Como es sabido, constituye un aspecto central no solo para denunciar abusos de poder sino que la plena libertad para expresar el pensamiento resulta básica para insertarse en el proceso evolutivo del conocimiento. A esto debiéramos agregar la necesidad de asignar derechos de propiedad al espectro electromagnético para evitar la peligrosa figura de las “concesiones”, al tiempo que debieran liquidarse todas las “agencias oficiales de noticias” para despolitizar ese campo tan sensible.

El tercer ensayo de Ravier, también aleccionador igual que los anteriores, apunta a varios temas pero estimo el que sobresale con mayor fuerza es la manía de la guillotina horizontal. En esta línea debe señalarse que en una sociedad abierta cada persona al votar en el supermercado y afines pone de manifiesto sus preferencias y, de ese modo, va estableciendo desigualdades que al ser dirigidas a quienes mejor atienden esas demandas se maximiza la antes referida capitalización. Por supuesto que estas no son posiciones patrimoniales irrevocables, se modifican según sean los cambiantes deseos de la gente. Las ganancias indican que se dio en la tecla y los quebrantos muestran el yerro. El delta de las desigualdades solo significa que esas son las diferencias de ingresos y patrimonios que las personas al momento han votado en el plebiscito diario del mercado.

Las ensoñaciones de la redistribución de ingresos no hacen más que volver a distribuir por la fuerza lo que libre y voluntariamente distribuyó el mercado con el consiguiente derroche de capital. Anthony de Jasay pone de manifiesto que la metáfora del deporte en cuando al correlato de los ingresos con una carrera de cien metros llanos es autodestructiva, puesto que a poco andar se percibe que el que llegó primero e hizo el esfuerzo adecuado verá su éxito diluirse puesto que “en la próxima largada en la carrera de la vida”, para ser consistente con esta postura igualitaria, habrá que aplicar nuevamente la guillotina horizontal en otra redistribución.

El autor desmenuza las elucubraciones de autores como Piketty quien, como se ha marcado varias veces, incurre en gruesos errores estadísticos y conceptuales al tiempo que se subrayan equívocos de envergadura al tomar la riqueza como algo estático y sujeto a la suma cero. La envidia es sin duda un factor que está presente en los embates a favor del igualitarismo, en ese sentido cierro estas líneas con un cuento que reitera Thomas Sowell. Se dice que en un pueblo había dos campesinos extremadamente pobres: Iván y Boris. Lo único que los diferenciaba era que Boris tenía una cabra. En un momento dado, Iván se topa con una lámpara de Aladino que al frotarla aparece el sujeto que le dice a Iván que puede elegir que se realice cualquier deseo en cualquier sentido. Después de alguna cavilación, Iván declara su deseo y dice: “que se muera la cabra de Boris”.

                                                          Alberto Benegas Lynch (h)

                                      Presidente de la Sección Ciencias Económicas

                                                     Academia Nacional de Ciencias

                                                           Buenos Aires, Argentina