Jorge Bergoglio tiene razón. La deuda externa pública es un endeudamiento perverso. Los gobernantes gastan más de lo que pueden, luego toman deuda externa ante el FMI y el Banco Mundial, cuatro u ocho años más tarde se van, y el costo de la deuda queda para generaciones posteriores. Además, los fondos de esos préstamos son recibidos para pagar deuda, para financiar gasto público, y así sucesivamente, hasta entrar en crisis que tienen como principales víctimas a los más pobres.
Ya en 1949, Ludwig von Mises denunció al FMI como un mecanismo perverso. Solo facilita la expansión monetaria y una visión constructivista de la economía para dirigirla e intervenirla siguiendo el cuerpo de ideas keynesianas. La deuda pública solo genera más inflación, más impuestos y más gasto.
Es inmoral que esa deuda pública sea pagada por ciudadanos que no la pactaron. Debe ser pagada por los funcionarios gubernamentales que la realizaron. Si son insolventes, deben enfrentar las consecuencias civiles y penales correspondientes, desde el presidente hasta aquellos funcionarios de los ministerios de economía y bancos centrales que hayan participado en las negociaciones pertinentes
Jorge Bergoglio tiene razón: el FMI y la deuda internacional son un error en sí mismos, porque no se pueden utilizar «bien» y terminan generando resultados negativos no buscados.
Ahora bien, ¿por qué decimos «Jorge Bergolio»? Desde Pío IX en adelante, se viene cumpliendo la predicción de Lord Acton y de Dollinger en relación con el tema de la infalibilidad pontificia y el uso del poder. Desde entonces, los pontífices se refieren a muchos temas temporales, lo cual, dado quien habla, afecta de algún modo la autonomía de los laicos para expresarse libremente sobre los mismos temas. En este sentido, hemos escrito al respecto, los artículos La devaluación del magisterio pontificio y La temporalización de la Fe. Entendemos que es conveniente que seamos los laicos quienes nos manifestemos con especial dedicación sobre todos estos temas opinables, para evitar el peso de la investidura papal al respecto. En ningún momento las Sagradas Escrituras, la Tradición y el Magisterio permiten desprender una consecuencia única y universal en un tema como la deuda externa, un tema singular, prudencial, técnico y concreto, que no debiera ser objeto de declaraciones cuasi dogmáticas de los pontífices por tratarse de un tema temporal totalmente opinable. En el siglo XX, uno de los pocos, poquísimos, que tuvo conciencia de esto fue San José María Escrivá de Balaguer.
Nos parece importante señalar que, aunque estamos de acuerdo con la opinión emitida por Bergoglio con relación a ciertos temas planteados en su discurso, a la hora de leer este tipo de discursos, conviene recordar que Bergoglio no habla con autoridad magisterial, aunque toda palabra pronunciada por todo Santo Padre será siempre objeto de nuestra atenta y filial escucha. Por ser temas propios de la autonomía de los laicos, ello implica una legítima opinabilidad, que cada uno podrá ejercer a la hora de reflexionar sobre los temas planteados.
Esta nota fue publicada originalmente en el Instituto Acton, 6 de febrero de 2020.
Notas como estas desacreditan al foro. Afinen la puntería.
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Tener una deuda no es más que haber tomado un crédito y haber pactado un plazo y forma de devolución del mismo. Por lo tanto, y en general, significa que al hacer uso del importe recibido me permito traer al momento actual el disfrute de los bienes que obtengo o bien, en caso de usarlo para una inversión productiva, apalancar mi actividad para aumentar el volumen del negocio y obtener simultáneamente mayores utilidades y los recursos suficientes para el repago de la deuda.
Hasta acá no se ve ninguna característica negativa ni perjudicial en el hecho de tomar deuda, como parece desprenderse de los primeros párrafos del comentario de Gabriel. Entonces, y como es dable calificar a otras «armas», ellas no son malas en sí mismas sino que son buenas o malas según como sean empleadas. Haciendo uso del sentido común aplicado a lo personal, si uno se endeuda para comprar una vivienda propia, asume comprometer su ingreso personal por muchos años en pro de la seguridad, el confort y el sentido de propiedad que ello conlleva. Si por el contrario se adquiere una deuda para derrochar su importe en cosas superfluas o inconvenientes, es probable que el compromiso asumido a futuro hasta llegue a comprometer la disposición de ingresos para emplearlos en cosas realmente útiles y quizás imprescindibles. Y esto llevado al nivel de un país significa que si una deuda es tomada para hacer inversiones que benefician al conjunto de la sociedad en términos de una mayor velocidad de su progreso (rutas, puertos, escuelas, hospitales, energía, etc.), lo que se hace es utilizar el ahorro de los inversores (nacionales y/o extranjeros) para apuntalar el desarrollo de un país. Si, como ha ocurrido sistemáticamente en Argentina, la mayor parte del endeudamiento está destinada a financiar gastos corrientes (déficit fiscal), más temprano que tarde es factible que se llegue a un colapso por falta de generación de medios de repago, como también ha ocurrido varias veces en la historia. Y, en resumen, no ví en el comentario de Gabriel una justificación que contradiga al simple razonamiento antedicho para que refiera al tomar deuda como un «error en sí mismo».
En lo referente a los conocimientos que debiera tener la persona elegida como Papa y autoridad máxima de la Iglesia Católica, opino que ningún mortal puede abarcar con solvencia los distintos e innumerables temas que desafían actualmente a la humanidad. Por lo tanto lo que a mi juicio se debería criticar duramente es la soberbia demostrada por el actual pontífice al opinar con total desparpajo sobre temas para los cuales no está suficientemente preparado. Las consecuencias de este comportamiento sólo se irán viendo con el tiempo pero no creo que sean favorables para la Iglesia ni para la grey católica.
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