Meta (casi) cumplida: del déficit fiscal y de cuenta corriente al superávit gemelo

Hacia fines de 2015 la discusión pública acerca de cómo enfrentar la herencia kirchnerista era sobre el shock o el gradualismo. Algunos insistíamos que había que encarar una reforma integral del estado a modo de shock, en los primeros 100 días de gobierno, que levantara el cepo cambiario y reconociera un valor más real para el dólar. Claro que esto tendría un efecto inflacionario inicial, de una vez, pero también habría contribuido a licuar parte de los salarios y a resolver el abultado déficit fiscal. El sobreempleo público debía ser encarado desde el primer día para evitar que un problema coyuntural, por malas decisiones del gobierno anterior, se vuelvan un problema estructural, sostenido por diversos gobiernos. Lo cierto es que se eligió otro camino.

El gradualismo permitió evitar en 2016 y 2017 una crisis mayor. De hecho, la performance económica fue bendecida por los argentinos en las elecciones legislativas de 2017, con una victoria rotunda en casi todo el país. Hasta marzo de 2018 incluso se pudo ver el pico de actividad, con una recuperación que dejó atrás la crisis de 2016 con las parciales correcciones sobre el cepo. El problema, sin embargo, es que esa recuperación había sido acompañada por una enorme pasividad en el terreno fiscal y una profundización del atraso cambiario a base de un fuerte endeudamiento.

La sequí primero y el sudden stop después, ade,ás del impuesto a la renta financiera y otros errores de política económica llevaron a la Argentina a tener que recurrir al FMI y fue entonces que debió atenderse los dos fuertes desequilibrios acumulados: el fiscal y el cambiario.

El gráfico que mostramos a continuación ofrece un dibujo de lo que fue la dinámica de estos desequilibrios en estos cuatro años.

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