Cuando hablamos de liberalismo resulta difícil comprender exactamente a qué nos referimos; cuando hablamos de democracia, todos creen comprender de qué se trata. La noción de poder popular es casi tangible, mientras que, la idea de libertad es difícil de aprehender, al menos en la medida en que somos libres. Y, mientras que la democracia tiene un significado descriptivo (aunque, a causa de los cambios históricos, sea un significado engañoso), la libertad no lo tiene, ya que la palabra “libertad” y la declaración “soy libre para” pueden utilizarse siempre que nos referimos a la esfera de la acción y de la voluntad, y en consecuencia pueden representar la infinita gama y diversidad de la vida humana.
Sin embargo, y afortunadamente, nos bastará considerar esta proteica y omnímoda palabra desde un ángulo especifico: la libertad política. Con este propósito, nuestro principal problema consiste en introducir algún orden, puesto que las mayores complicaciones surgen porque rara vez separamos el tema específico de la libertad política de las especulaciones generales acerca de la naturaleza de la verdadera libertad. Lord Acton, por ejemplo, inició su History of Freedom in Antiquity con la siguiente observación: «Ningún obstáculo ha sido tan constante, o tan difícil de superar, como la incertidumbre y la confusión respecto de la naturaleza de la verdadera libertad. Si los intereses hostiles han causado mucho daño, mucho más aun lo han hecho las falsas ideas”(1). Si bien coincido en buena medida con el diagnóstico de Lord Acton – el daño causado por las ideas falsas, inciertas y confusas- me pregunto si su terapia es saludable. El problema que se nos plantea no es descubrir “la naturaleza de la verdadera libertad” sino, por el contrario, eliminar todas las incrustaciones que nos impiden examinar el problema de la libertad política per se, y como un problema empírico entre otros (2).
Por empezar, debemos establecer cierto orden en los contextos en que hablamos de libertad psicológica, libertad intelectual, libertad moral, libertad social, libertad económica, libertad jurídica, libertad política y otras libertades.(3) Éstas se relacionan entre sí, por supuesto, porque todas atañen al hombre mismo.
Sin embargo, tenemos que diferenciarlas porque cada una se ocupa de examinar y resolver un aspecto particular del problema total de la libertad. De aquí que la primera aclaración que debemos hacer es que la libertad política no es de tipo psicológico, intelectual, moral, social, económico o jurídico. Presupone estas libertades – y también las promueve -, pero no es igual a ellas. La segunda aclaración tiene que ver con el nivel del discurso.
En este sentido, el error consiste en confundir el problema político de la libertad con el problema filosófico. Los filósofos han especulado con mucha frecuencia acerca de la libertad política, pero rara vez la han considerado y enfocado como un problema práctico. Aristóteles, Hobbes, Locke y Kant son algunas de las excepciones, es decir, algunos de los pocos filósofos que no cometieron el error de dar una respuesta filosófica a un problema práctico. Locke, particularmente, tuvo esta virtud, y esto explica por qué desempeñó un papel tan importante en la historia del pensamiento político. Su tratamiento del problema de la libertad en Essay Concerning Human Understanding [Ensayo sobre el entendimiento humano] se diferencia del que encontramos en el segundo de los Two Treatises on Government [Dos tratados sobre el gobierno], y no guarda ninguna relación con él. En el primero afirma que la libertad actúa bajo la determinación del self, de la propia persona, mientras que en el segundo sostiene que no está “sujeta a la voluntad inconstante, incierta, desconocida y arbitraria de otros hombres”.(4)
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